domingo, 10 de septiembre de 2017

El policía de la mafia

Las manos morenas y grandes de Vinnie se deslizaban por el volante de su Mustang negro 1987. Se dirigía al galpón del muelle donde el gran jefe de la mafia griega demandaba su presencia.

Mientras contemplaba con mirada perdida como las gotas de lluvia que chocaban con su parabrisas eran inmediatamente eliminadas por el limpiador, sus pensamientos se fueron con Sheyla, su prostituta favorita. Lamentablemente para Vinnie su adicción a ella era tan grande como la que esta sentía por la heroína, lo que la impulsaba a hurtar todo el efectivo que llevaba su cliente en la cartera, si se dormían después del salvaje y desenfrenado coito que ella les vendía. A Vinnie no le agradaba golpear a las mujeres, por eso no podía olvidar como esa misma noche el rostro pálido y chorreado de maquillaje de Sheyla había terminado colorado posterior a la bofetada que él mismo le propinó. Se prometió ser más cuidadoso la próxima vez y como disculpa llevarle comida a la pobre chica, quién se mataba de hambre con tal que una dosis de su amado líquido amarillo le estuviera corriendo por las venas.

Sin pensarlo demasiado llegó a su destino. Justo después de abofetear a Sheyla el gran jefe lo llamó alterado por alguna razón. Razón que seguramente Vinnie tendría que resolver pues de eso trataba su trabajo.

Hace años quiso ser policía, desde niño soñaba con convertirse en una especie de súper héroe real para los ciudadanos. Pero esa no era una intención común entre los cadetes y mucho menos una práctica común entre los oficiales, y como si los que estaban más alto hubiesen adivinado que Vinnie se convertiría en un problema para sus negocios sucios, mancharon su expediente, por lo que tuvo que ser expulsado de la academia. Frustrado y con un entrenamiento policial casi finalizado comenzó a ofrecer sus servicios como un negocio privado a los millonarios. En una de esas ocasiones se presentó ante el gran jefe demandándole que le entregara a una chiquilla que había secuestrado. El mafioso  impresionado ante la audacia y valentía del moreno se la entregó y le informó que de ahí en adelante sus servicios serian exclusivos hacia él.

Al bajar del auto dejó caer en el asfalto las suelas de sus botas y una vez cerrada la puerta tras él, se recostó a esta y extrajo un cigarro del bolsillo de su chaqueta, luego rebuscó en los bolsillos de sus vaqueros hasta hallar el encendedor.

Le gustaba usar franelas blancas, para el resto de sus atuendos siempre elegía el negro.

Cuando terminó de fumar comprobó el orden de sus rizos peinados con gel en el retrovisor externo. Un hombre de 35 años, atractivo y con barba de tres días le devolvió la mirada. Sus ojos eran almendrados.

Quien se fijara en él a lo lejos lo describiría como alto y musculoso, quien lo conocía usaba el adjetivo de "peligroso".

Después de aquello Vinnie se encaminó hacia donde suponía se hallaba el jefe, con cada paso que daba salpicaba el agua de lluvia acumulada en el suelo.

-¡Hey Vincen! ¡Por fin has llegado!-

El jefe de la mafia griega lo saludo a lo lejos. Se trataba de un hombre pequeño y obeso que estaba desprovisto de cabello en la parte superior de su cabeza pero con el resto del cuerpo cubierto de abundantes vellos. Acostumbraba llamarlo Vincen, porque decía que Vinnie era nombre de maricas.

El moreno fijó su vista unos segundos en los ocho cuerpos que estaban tirados sobre un enorme charco de sangre. Habían recibido una bala por cráneo, el poderoso olor del liquido rojo entraba con violencia y permanecía con insistencia en la nariz de quienes se encontraban alrededor.

-¡Ven acá Vincen! ¡Ven acá!- decía el mafioso haciendo señas con el revolver en su mano derecha.

-¿Ves a estos pobres desgraciados? ¡Les volé la cabeza! ¡Sí Vincen! Me tomé la molestia de hacerlo porque ninguno entendió DÓN-DE DI-A-BLOS ¡FUE A PARAR MI MERCANCÍA!- terminó de contarle el gran jefe con un grito.

Vinnie se percató que los demás hombres estaban nerviosos. El viejo mafioso lucía lunático.

-¿Cuánto?- preguntó el moreno al mismo tiempo que colocaba sus manos sobre la hebilla del cinturón. 

-20 kilos de polvo blanco de la mejor calidad- le respondió el viejo relamiéndose los labios y finalizando con una sonrisa que dejaba ver su amarillenta dentadura.

-Traela de vuelta Vincen y te recompensaré en grande. Trae a los malnacidos que pensaron que podían robarme y no alcanzaras a creer la suerte que tienes-

-Bien- respondió Vinnie mirándolo a los ojos.

-Limpien esta porquería- les dijo luego aquel hombre a sus empleados y se marchó de allí.

Más tarde Vinnie llegó hasta el muelle donde estaba aparcado el barco del que habían robado la droga. Subió y lo escudriñó de punta a punta bajo la mirada de asco de los escoltas. Ninguno soportaba el trato especial que percibían que el moreno recibía de su jefe.

Cuando estaba en la bodega distinguió un poco de polvo blanco entre las tablas, desde allí siguió su rastro hasta la ventana que tenia unos dos metros cuadrados y daba al mar. Se asomó por ella y calculó que entre la ventanilla y una embarcación que fuera lo suficientemente discreta como para marcharse sin ser vista debió haber unos tres metros.

Intuyó que al menos dos hombres esperaron la mercancía que un tercero que subió al barco tomó. Los paquetes que solía enviar el alcalde al jefe de la mafia eran de cinco kilogramos. Vinnie concluyó que debía buscar tres o cuatro hombres jóvenes.

Al bajar del barco fijó su vista en las luces que iluminaban el lugar, lo que le sirvió para darse cuenta que unas pequeñas cámaras, justo debajo de ellas, podían haber tomado imágenes de los ladrones. Finalmente fue a la oficina de seguridad del muelle, como era conocido en toda la ciudad y la mercancía pertenecía en parte al alcalde lo dejaron andar a sus anchas.

Estudio las imágenes desde antes que llegara la embarcación y aproximadamente a las 20:00 horas aparecieron los ladrones. Con agilidad un chico delgado trepó por la popa y se coló en la bodega para luego lanzar por la ventanilla cuatro paquetes a otros dos que lo esperaban debajo. La embarcación en la que ejecutaron el robo parecía alquilada y se hundió severamente ante el peso que le introdujeron.

Vinnie siempre hacia un buen trabajo, no pasaba más de 24 horas en averiguar quien se había equivocado con quien lo contrataba. Conocía la calle, conocía a los maleantes en todos los niveles, desde los chicos que comenzaban a perderse, pasando por los sádicos y el crimen organizado. Esta no era una ocasión diferente, aunque tenia la particularidad de ser una ocasión en la que Vinnie tragó grueso, y un trago amargo. El chico que se había colado en el barco era Raúl, su protegido. 

Vinnie había conocido a Raúl en sus días de cadete. Su grupo estaba realizando un ejercicio de práctica acompañando a oficiales en un operativo. Su misión era desalojar a las personas que vivían en un edificio que no les pertenecía y cuyo dueño reclamaba que siguiera vacío aunque no pensara usarlo ni le hiciera falta.

Esa noche destrozaron las puertas de los apartamentos, extrajeron a los ocupantes y los introdujeron en camiones. Entre tantos gritos, golpes y desastres Vinnie halló en uno de los improvisados hogares a un niño de cuatro años restregando sus pequeñas manos sobre sus ojos. Se veía confundido, aturdido, como si se preguntara que rayos pasaba. Adicional a eso estaba solo en casa y era de madrugada.

-¿Con quién vives?- le preguntó al niño.

-Con mi mamá-

-¿Dónde esta ella?-

-Salió a pasear con su nuevo novio-

-¿Me tienes miedo?- le preguntó Vinnie apartando su fusil.

-No, creo que eres cool ¡Como un súper héroe!- le respondió el niño sonriendo, Vinnie también sonrió.

A partir de ese momento el moreno se convirtió en una especie de padrino para el niño, amenazó por años a su madre para que lo atendiera, lo llevaba a comer helado, le daba obsequios en navidad y en su cumpleaños, además lo aconsejaba para que evitara los problemas. Aunque crecer rodeado de maleantes y con una madre medio diligente es una fórmula casi infalible que gesta delincuentes, Raúl logró terminar la escuela y a pesar que no fue a la universidad trabajaba en el mercado de la ciudad cargando sacos de granos de los camiones a los almacenes o de los almacenes a los camiones.

Vinnie siempre estuvo orgulloso de haber salvado a uno de miles, por eso sentía el corazón roto al identificar a Raúl entre los ladrones, ladrón de los mafiosos, ladrón de droga, pero al fin de cuentas un vulgar ladrón. Se levantó encolerizado y con pasos firmes fue hasta su auto espiando de reojo como el amanecer iniciaba.

El mercado era el tipo de espacio maloliente, desaliñado y desordenado que suelen parir las sociedades, cuando Vinnie llegó al puesto donde trabajaba Raúl ya el sol se alzaba poderoso sobre el este.

El joven saludó con ánimos a su protector y le pidió un cigarrillo. Mientras fumaban el moreno le preguntó:

-¿Qué tal el trabajo?-

-Bien, no me quejo- contestó Raúl.

-¿Qué tal la paga?-

-Normal- le respondió el joven encogiéndose de hombros.

-¿Qué van a hacer tú y tus amigos con la droga que se robaron?-

-Wow, wow, wow Yo no...-

-¡Sé que fuiste tú!- le respondió Vinnie de forma amenazadora, quitándole el cigarrillo de los labios a Raúl para luego tirarlo al suelo y pisarlo. El chico se quedó sin habla.

-¿De quién era?- preguntó seguidamente al cuadrar en su mente como Vinnie sabía lo que había hecho.

-Es del gran jefe- Raúl posó sus manos sobre su cabeza exaltado.

-Franklin dijo que era del alcalde y que no tenia pelotas para hacer algo al respecto- luego de escuchar aquello Vinnie palmeó la parte trasera de la cabeza de Raúl.

-¿Crees que un hombre hasta el cuello de suciedad llega a ser alcalde por no tener pelotas? ¿Quienes son los imbéciles con los que hablas!-

-Lo siento mucho Vinnie ¿Ahora qué hago?-

-Estas muerto- le respondió el moreno luego de liberar una bocanada de humo.
-¡No Vinnie! ¡No! ¡Ayúdame! Solo quería ser un chico malo, solo quería ser como tú- Vinnie lo tomó por el cuello de la camisa con ambos puños y le dijo a pocos centímetros de su rostro.

-¿Cómo yo? ¡No soy un ladrón! ¡Ni un traficante! ¡Mucho menos un niño iluso e idiota!- le respondió con profundo desprecio, después de aquello lo soltó.

-Esta bien, esta bien, ¡el policía de los malos, el policía de la mafia!- agregó Raúl en tono conciliador y un poco suplicante.

Después de escuchar aquello el moreno se dispuso a marcharse mientras Raúl desconsolado veía como se alejaba la espalda de su protector, se sintió aterrado ante la suerte que tendría sin Vinnie, el padre que siempre quiso y tuvo. 
  
-Vinnie...- le dijo.


-Sube al auto- respondió él.

Al atardecer, el vehículo de Vinnie entró al estacionamiento de la mansión del gran jefe. Lo recibió el pequeño, obeso, calvo y velludo hombre vestido con bata de baño blanca cuya tela se notaba lujosa.

-¡Vincen creí que perderías tu racha! ¡Y no! ¡Volviste a romper tu propio récord!- le comentó el hombre riendo con las manos sostenidas por su estrecha cadera que permanecía oculta por un gran panículo adiposo que caía de su abdomen.

Vinnie bajó del auto y con pasos perezosos se acercó al viejo mafioso quién estaba parado sobre el pórtico rodeado por sus escoltas de mayor confianza.

El moreno sacó una llave de su bolsillo y se la lanzó al jefe de los escoltas. Su nombre era Víctor, siempre llevaba traje marrón y su rostro mostraba una ojeras profundas.

-La mercancía está dentro de un local abandonado que solía ser una panadería en la calle 42 con 31-

-Bien, muy bien ¡Vayan por ella!- respondió el jefe sobando sus manos y lamiendo sus propios labios.

Víctor le entregó la llave a tres de sus hombres, estos la tomaron y se marcharon.

-¿Dónde están los mal nacidos Vincen? ¿Dónde están los desgraciados que creyeron que podían robarme?-

Vinnie fue hasta el maletero de su auto y lo abrió. Los escoltas lo ayudaron a extraer del interior a dos chicos que estaban amarrados y amordazados. Luego los colocaron en el suelo, a la vista del gran jefe que posterior a eso tomó el arma de Víctor y les dijo apuntándolos:

-Esta es la última lección que aprenderán, nadie puede robarme y salir victorioso-

Los jóvenes con lágrimas en los ojos parecían suplicar tras su mordaza. Vinnie se percató que el mayor de ellos miró especialmente a Víctor como si le conociera, como si esperara su protección.

Dos disparos invadieron la noche que apenas comenzaba. El jefe de la mafia río con gusto y posteriormente le dijo a Vinnie:

-¡Excelente! ¡Excelente! Ahora Vincen, ¿Dónde está el tercer chico? Es una especie de hijo para ti ¿No es así? ¿Cuál era su nombre Víctor?-

-Raúl-

-¡Ah sí! ¡Raúl! ¿Dónde! ¿Dónde esta Raúl!- terminó de preguntar encolerizado.
Vinnie padeció aproximadamente dos segundos de sorpresa, sin embargo nadie lo notó. Decidió permanecer tranquilo y mantener su mirada directa a los ojos del gran jefe.

-Está fuera de los límites de su poder- le respondió en total calma.

-Tendré que mojar algunas manos ¿He Vincen? Me tiene sin cuidado hacerlo, no puedo dejar que ni una pulga se me escape, ya sabes ¡Tengo que cuidar mi reputación!-

Posterior a aquello el moreno dirigió su vista a los ojos de Víctor.

-¡Sí así es Vincen! ¡Ya lo has entendido! ¿Creíste que te necesitaría para atrapar a unos niños tontos! En las cámaras descubrimos el rostro de los tres ladrones y fue Víctor quién me habló de Raúl, él te vendió Vincen, ya sabrás que no le agradas... él aprovechó la ocasión para proponerme que retara tu lealtad y ¡Perdiste Vincen! ¡Fallaste!-

En ese momento uno de los escoltas se acercó a la espalda de Vinnie y colocó el cañón de un arma en su costado. El policía de la mafia como un relámpago se dio vuelta apartó el arma dirigiéndola hacia arriba, luego se la arrebató de las manos y con el agarradero le partió la nariz haciendo caer al suelo a aquel hombre.

-¡Ya basta!- le gritó Víctor apuntándolo, luego continuó:

-¡Eres hombre muerto! ¿Acaso no lo entiendes!- El viejo mafioso se echó a reír nuevamente.

-¡Déjeme volarle los sesos ahora mismo!- le suplicó Víctor a su jefe.

-No, Vincen fue un gran sirviente, merece morir luchando, pero ya será mañana- después de decir aquello el viejo se marchó al interior de su casa.

Víctor ordenó a sus hombres  quitarle el arma a Vinnie, lo esposaron y lo llevaron bajo amenaza al interior de un cuartucho asqueroso que olía a ratas. Lo acostaron en la cama y lo ataron a ella para evitar que huyera durante la noche. Después que tuvo su espalda sobre el colchón y se quedó solo, respiró y cerró los ojos. "Soy hombre muerto" pensó.

Se dedicó a recordar todos los momentos en los que fue feliz en su vida y llegaron a su mente visiones de su infancia, sus juegos, el cariño de sus padres, sus amigos, sus novias, los encuentros deportivos que ganó, sus mascotas y sus maestros.

Sintió vergüenza con sus padres al imaginar que los llamarían para que recogieran su cuerpo en la morgue. Seguramente seria Diego, el sargento Diego hoy en día, su amigo desde que lo conoció en la academia quien haría la llamada. El moreno esperaba, fervientemente que Diego cuidara muy bien a Raúl y lograra salvarlo de sus circunstancias, de su contexto, de su inmadurez, de sí mismo.

En la mañana lo sacaron con el rostro cubierto y lo metieron en el maletero de una camioneta, unos minutos después la pusieron en marcha y como Vinnie seguía muy agotado se durmió. Su mente, su cuerpo, los sentía muy pesados quizá su organismo estaba practicando como era estar muerto.

Cuando le descubrieron el rostro Vinnie parpadeo con dolor en los ojos por la luz del sol que los bañó repentinamente y de forma poderosa. Lo hicieron caminar hasta el borde de un risco en la parte desértica de la ciudad, lugar dónde el gran jefe acostumbraba abandonar los cadáveres de morosos y desertores.

Sorprendentemente el viejo mafioso se hallaba ahí, vistiendo traje gris, lentes de sol y bajo una sombrilla que lo protegía del inclemente sol, sombrilla que era sostenida por Víctor quién también usaba lentes de sol.

Colocaron a Vinnie dando la espalda al precipicio frente a tres hombres armados.

-¿Mi propio pelotón de fusilamiento?- interrogó al viejo mafioso.

-Te daremos tu arma, esta tendrá tres balas, si eliminas a estos idiotas antes que ellos a ti te perdonaré la vida, y tú les habrás enseñado Vincen porque eres mi favorito ¿No te alegra lo piadoso que soy!- le contó el viejo terminando su parlamento con su sonrisa amarilla.

Los contrincantes de Vinnie intercambiaron miradas nerviosas cuando le entregaron su arma.

-¡Comencemos el juego a la cuenta de tres! Uno, dos, tr...-

El último número de la cuenta quedó atrapado en la garganta del gran jefe mientras caía al suelo muerto de un disparo en la cabeza realizado por Vinnie, junto a él cayó Víctor y un momento después uno de los pistoleros.

Al mismo tiempo dos de los que aún estaban vivos atravesaron el cuerpo de Vinnie con balas, este se dio vuelta y saltó al precipicio en un intento desesperado por escapar.

Aterrizó unos 10 metros más abajo, perdió el equilibrio y una vez en el suelo rodó por la cuesta 200 metros. De bajada tragó tierra y gritó de dolor cuando su pierna derecha chocó con una gran roca.

La fuerza de gravedad que atraía su cuerpo cesó al alcanzar la parte plana del terreno, Vinnie quedó boca arriba y tosió un poco para expulsar la tierra que había tragado. Comenzó a reír al imaginar el alboroto que desataría por haber asesinado al rey de los negocios sucios de la ciudad. Próximamente se desataría una guerra de mafiosos hasta que se instaurara la nueva jerarquía, quizá cientos de delincuentes morirían, a criterio de Vinnie estaba bien limpiar las calles un poco. Su último regalo para los habitantes de la ciudad.   

Alzó la vista y observó como los dos escoltas que quedaron con vida bajaban la colina dispuestos a hacerle pagar sus actos. Examinó su muslo derecho evaluando la posibilidad de huir y lo encontró deformado, además salia sangre de su otra pierna, del hombro izquierdo y de la parte más baja de su espalda.


Levantó el arma que lo había acompañado tantos años y la contempló unos instantes, su hermosa mágnum plateada. Se había aferrado a ella para no soltarla a lo largo de la caída, ojala Diego se le ocurriera enterrarlo con ella.

Los hombres que querían matarlo se hallaban cada vez más cerca, entonces, como Vinnie juró después que fue expulsado de la academia no volver a dejar su destino en manos de terceros introdujo el cañón de la mágnum en su boca y se disparó.

jueves, 15 de junio de 2017

Cazador de libertad

Durante las noches, cuando Augusto se acostaba a dormir, sentía que en el interior de su pecho habitaba una versión miniatura de él que le rasgaba las entrañas en un intento por escapar de allí.

Se ponía sudoroso, se incomodaba, cambiaba su posición de un sitio a otro hasta que se hartaba tanto que elegía levantarse y se dedicaba a mirar por la ventana de su apartamento la calle oscura y solitaria.

-¿Qué te pasa?- se preguntaba a sí mismo.

Un viernes después del trabajo, mientras se encontraba en un bar con su amigo Juan, surgió la siguiente conversación:

-¿Te das cuenta que no somos libres?-

-¿De qué hablas? ¡Claro que lo somos! Estamos aquí, tomando cerveza con el dinero que ganamos trabajando aunque nuestras mujeres se enojen por ello- le respondió este poniendo la botella en alto.

-¿Cómo podemos estar seguros que lo que hacemos lo hacemos porque queremos y no porque se nos dijo que era lo que debíamos hacer?

¿Cómo sabemos si somos realmente nosotros mismos o el resultado de lo que quisieron que fuéramos?- insistió Augusto.

-¿Lo dices porque mi padre fue un alcohólico y a mi me encanta beber?- le preguntó Juan confundido.

Augusto suspiró.

-Relájate amigo, sé que nuestro trabajo es una mierda, que nuestras esposas son unas putas locas, que nuestros hijos solo existen para molestar, pero no le des importancia- lo consoló su amigo Juan dándole fuertes palmadas en la espalda.

Augusto trabajaba en una fábrica de hidroneumáticos, vivía en concubinato con una mujer llamada Stella desde hacía año y medio, y tenía un hijo de la misma edad. Se levantaba a las cinco de la mañana, tomaba su café, comía el desayuno que le preparaba su mujer, le daba un beso, cogía su vianda del almuerzo y partía.

Camino al trabajo observaba a las personas apretujándose unas a otras en el bus. Veía estudiantes somnolientos, ancianos que acudían a citas médicas, mujeres y hombres perfumados, obreros y obreras. Augusto se preguntaba si aquellas personas se sentían libres, si serian felices.

Nunca antes había pensado demasiado sobre la vida, ahora percibía que había dos versiones de él, Augusto el que fue un joven despreocupado y feliz y Augusto el adulto agobiado. No sabía porque había terminado donde justo estaba, y mucho menos porque sus circunstancias le molestaban tanto.

Los únicos momentos cuando sus pensamientos se silenciaban era mientras trabajaba. Soldar, pulir, barnizar requería su entera concentración, paradójicamente ejercer su oficio lo hacía sentirse relajado. Sin embargo, una vez salia del trabajo se descubría de nuevo observando a los transeúntes y tratando de descifrar quién era libre, quien era feliz.

-¿Alguna vez te has preguntado porque hacemos lo mismo todos los días y eso parece no importarnos?- se le  ocurrió comentarle a su esposa durante una cena.

-¡Si lo dices porque siempre hago la misma comida pues no tengo la culpa de que sea para lo único que nos alcanza!- le respondió esta posteriormente estallando en llanto.

Augusto sentía que vivía en un mundo lleno de zombis donde el único que parecía darse cuenta de ese hecho era él.

-¡Tienes una esposa, un hijo y un trabajo! ¡Deberías estar agradecido con Dios!- le respondió su madre cuando intentó hablarle acerca de sus interrogantes.

-Hijo, sé un hombre- fue la frase que recibió de su padre respecto al mismo tema.

Augusto se sentía muy solo, sentía que nadie lo comprendía, que los temas de los que quería hablar eran tabú, sentía que se estaba volviendo loco.

Todo comenzó el día que Felipe, su compañero de trabajo, tuvo un accidente laboral en el que se partió el brazo. Cuando esperaban que llegara la ayuda Augusto vio a Felipe llorar.

-¿Te duele mucho hermano?- le preguntó.

-Van a enviarme a casa sin sueldo y cuando me sane ya no habrá trabajo para mí- le respondió Felipe.

Augusto no le dijo nada más pues sabía que su compañero tenía razón, continuamente veía como se repetía esa situación por toda la empresa.

-No le cuentes a nadie que me viste chillando- le pidió un momento después. 

Por muchos días Augusto no pudo dejar de pensar en Felipe y su pesar:

"Pareciera que no fuéramos personas, si no objetos que si se averían se reemplazan. A los jefes no les importa que nos quedemos sin dinero. Es como si enfermarse fuera tu error y te castigaran con rechazo y hambre"

"Ojala no dependiéramos del dinero, lo utilizan de excusa para esclavizarnos, después de tanta guerra de independencia que nos hablaban en la escuela, seguimos aquí hoy, sin libertad"

"Cada día que pasa me acerco a la hora de mi muerte... de haber sabido que venía al mundo a hacer lo mismo todos los días le hubiese ahorrado a mi madre el dolor del parto"

Mirando por la ventana esa noche recordó cuanto deseaba ser karateca cuando era niño, incluso logró que su padre lo inscribiera en un Dojo, pero no fue muy larga su alegría. Por aquellos tiempos sus padres discutían todo el tiempo y poco antes de divorciarse no volvieron a llevarlo a las clases. Al preguntarle a su madre el motivo esta le respondió que dejara de comportarse como una persona egoísta, que esa manera de actuar seguramente lo había heredado de su padre. Fue la primera vez que conoció lo que se siente tener el corazón roto.

Inmediatamente saltó la segunda vez que experimento un dolor similar. Estaba en los últimos años de escuela y se enamoró perdidamente de una chica, incluso logró hacerse su amigo, pero antes de poder contarle lo que sentía por ella se la encontró besando a un chico mucho más alto, limpio y musculoso que él.

-¡Joder Augusto!, son casi las dos de la mañana, debes ir pronto a trabajar ¿Por qué piensas en todo esto justo ahora?- sé preguntó a sí mismo.

La pequeña versión de él que le rasguñaba el pecho parecía haberse detenido dejándolo con un tremendo ardor por dentro. La sudoración que lo hizo levantarse se volvió más profusa y cuando pensó que no podía sentirse peor aparecieron las náuseas, que lo empujaron rápidamente al escusado donde solo vertió saliva.

Sintió ganas de llorar, pero se contuvo. Los hombres no podían llorar, y la última cosa que necesitaba para terminar de ser un completo marica esa noche sería justamente eso.

Su bebé rompió en llanto luego que escuchó cuando Augusto bajo el tanque. Este se apresuró a la cuna para evitar que despertara Stella. En esos momentos no tenia fuerzas para lidiar con ella y sus sentimientos de culpa.

-¿Qué pasa pequeño? ¿Qué pasa?- le dijo en un susurro a su hijo mientras lo tomaba para cargarlo. El bebé sollozaba.

Lo acunó en su pecho desnudo y aún doloroso, luego comenzó a mecerlo mientras daba vueltas por la habitación. Al cesar el llanto decidió sentarse en la sala.

-¿Qué te voy a decir cuando me preguntes porque te traje a este mundo?- le comentó en voz baja a su hijo antes de besarle la frente.

-Peor aún ¿Qué te ira a contar tu madre sobre mi cuando me vuelva loco?-

El bebé entre tanto abrazo y acunamiento se quedó quieto y dormido. Augusto sentía el pequeño y rápido corazón de su hijo palpitando junto al suyo, eso lo conmovió y antes de dormirse por la comisura de sus ojos corrieron dos lágrimas. 

La mañana siguiente Augusto se fue al trabajo con la siguiente idea: "no somos libres, y entre los más esclavos estoy yo"

La desdicha lo hizo suyo durante dos semanas. Dos semanas infernales en las que su esposa le demandaba sexo que él no alcanzaba a concretar, originado que el llanto de su hijo aumentara de frecuencia a la par que el mal humor de su mujer.

Desesperado acudió a una iglesia en la que fue abordado por un sacerdote. Sin filtro le contó todo lo que le estaba pasando.

El eclesiástico le consoló diciendo que estaba siendo perturbado por los demonios de Satán. Que Dios jamás lo abandonaría en esa lucha y que cuando sintiera que las cosas eran más difíciles debía darse cuenta que era una prueba del gran Señor que solo quería enseñarle a ser más fuerte.

-No debes detenerte discerniendo si eres libre o no, este es el plano carnal, la verdadera libertad la conocerás en el reino de Dios-

-¿Cuando muera?-

-Exacto, quien cree en Dios no morirá para siempre- terminó de decirle el sacerdote con una sonrisa.

Augusto salió de la iglesia confundido. Más relajado pero confundido, no había alcanzado a entender lo que quiso enseñarle el sacerdote. ¿Quizá que se resignara a vivir así? Sacudió su cabeza en rechazo a esa idea, "Ha de ser que no comprendí la lección".

En la fábrica trabajaba una ingeniera que tenía fama de poseer una inteligencia superior, "a pesar de ser mujer" solían bromear en el bar sus compañeros, pues siempre saltaba como motivo de conversación.
 
Augusto paso tres días siguiéndola con la mirada, pescando con paciencia el mejor momento para abordarla. Este se presentó el día que ella irrumpió en el espacio de trabajo de Augusto y le preguntó de qué color habían pintado los tanques del lote HP00987J. Antes de que se marchara la abordó:

-¿Ingeniera?-

-Sí-

-¿Puedo preguntarle algo?- ella lo miró con el entrecejo fruncido.

-¿Qué será?- lo interrogó, la ingeniera no solía confiar en sus compañeros de trabajo porque tendían a crear artimañas para perjudicarla y con los obreros solía mantener una más larga distancia.

-Cuando tiene una duda muy grande y ni sus amigos, ni los sacerdotes parecen tener una respuesta, ¿Donde acude para resolverla?- por el rostro de la ingeniero corrió la sorpresa seguido por la curiosidad.

-Es difícil encontrar la verdad Augusto, lee lo que razonaron personas más sabias que tú y no olvides que el truco es no creer completamente a ninguno- luego de decirle eso le guiño el ojo y se marchó.

El resto del día no pudo concentrarse, se sentía ansioso por buscar las respuestas donde le habían recomendado.

Al salir del trabajo se dirigió a la biblioteca de la ciudad y como no sabía mucho sobre leer libros entró a la sala de computación.

"¿Cómo saber si soy libre?"
"¿Por qué no somos libres?"
Fueron las búsquedas que realizó.

Descubrió tanto por leer y tantas opiniones al respecto que le bastó para pasar la noche en ello, hasta que el bibliotecario le dijo que debía irse porque tenía que cerrar. Al siguiente día volvió, y el siguiente y el siguiente.

Stella lo acusó de bígamo porque tardaba en llegar a casa luego del trabajo, pero notó que realmente Augusto parecía estar estudiando pues hablaba con pasión de temas que no eran comunes en él. Dejaba perplejos a sus compañeros de trabajo y familia. Él sentía que había padecido de mucha sed y ahora estaba bebiendo de un cáliz del que no se podría despegar, pues "saber", lo hacía sentir frenético y lo hacía sentir feliz, aunque leer a los sabios le haya confirmado lo que intuía: efectivamente no era libre y posiblemente jamás lo seria.

"Dicen que los seres humanos no podemos sobrevivir aislados, que vivir en sociedad nos mantiene saludables y para poder vivir en sociedad debemos pagar con una cuota de nuestra libertad.

Por eso hoy en día nos tenemos que someter a las leyes, que supuestamente resguardan los derechos de todos. Aunque obviamente no vivimos en un mundo justo.

Existieron unos rusos que dijeron que no vivimos en un mundo justo porque siempre hay unos pocos que tienen la riqueza y someten a la mayoría lanzándonos migajas. Ellos querían cambiar la sociedad pero nunca pudieron.

Nos hemos pasado toda la historia ¡desde que existimos! matándonos en guerras por tener libertad. Dicen que la mayor libertad que tenemos es esta ¿Te lo puedes creer! ¡Dicen que la manera en que vivimos es la forma más posible de ser libres!"

-No entiendo nada de lo que dices Augusto- fue la respuesta que le dio Stella a sus planteamientos.

-Soy joven aún, debo encontrar la manera de ser libre, en internet dicen que tengo que saber que me gustaría hacer con mi vida y realmente la última vez que recuerdo haber sabido eso fue cuando quise ser karateca- le contó a su amigo Juan el día siguiente.

-¡No sea ridículo Augusto!, esas mariconadas las piensan los afeminados, nosotros somos hombres y debemos responder a nuestras familias-

Para Augusto no tenía importancia que Juan lo llamaran loco y afeminado, pues buscar las respuestas evitaba que le rasgaran el pecho durante las noches, además le quitaba el insomnio y las nauseas.

Cierto día fue el centro de atención durante el almuerzo en el trabajo, comenzó por hablarle a sus compañeros más cercanos sobre la libertad y para cuando se dio cuenta el comedor se quedó en silencio escuchándolo.

"... estoy seguro que muchos de nosotros terminamos aquí porque así lo quisieron otros, muchos de nosotros pudimos haber trabajado en otros lugares, pero existía una o varias personas que nos dijeron que no podíamos hacerlo o que no nos convenía. Nos dejamos colocar cadenas en la mente y en el espíritu y aquí estamos hoy siguiendo el destino que dictaron para nosotros, pero no es nuestra culpa, el mundo entero está diseñado para que seamos esclavos, lo único que podemos hacer a esta altura es despertar nosotros mismos, despertar a los otros y ser lo suficientemente valientes para tomar las riendas, se equivocan al catalogarnos de ovejas, no somos ovejas, somos leones..."  

Sus compañeros gritaron y silbaron a Augusto con furor hasta que fueron reñidos por uno de los supervisores que les dijo que en el comedor no se podía estar gritando. El jefe antes de retirarse clavó su mirada en Augusto quien se la sostuvo sin temor.

-¡Como sigas en esa locura vas a terminar logrando que te echen!- le dijo su amigo Juan en los vestidores mientras se cambiaban después de terminar su jornada laboral.

-¿En verdad crees que sean capaces de eso?- le respondió Augusto con sarcasmo.

-¡Idiota! tienes un bebé, ¡deberías pensar en él!- continuó Juan con expresión dura, parecía molesto por lo que Augusto se extrañó.

Como era habitual tomó camino hacia la biblioteca pero al llegar la halló cerrada por fumigación. 

-¡No puede ser! ¡Y no me dijeron nada ayer!- refunfuño ante las solitarias puertas de vidrio. Sin más opción se marchó a su casa.

Subió las escaleras pausadamente, sabía que le esperaban los comentarios mal sanos de Stella, quizás si entraba calladamente y ella estaba dormida no lo molestaría por un rato.

Al cerrar la puerta con cautela llegó hasta sus oídos los gemidos de su esposa acompañados por los de un hombre. Se quedó pasmado. Luego de unos momentos con el corazón a mil y los ojos casi saltando de sus cuencas fue hasta la habitación, por un lado de la puerta que se hallaba abierta vislumbró a su esposa con su amigo Juan entre sus piernas martillando sus sexos con dualidad.

Seguidamente sintió que una mano enorme le magulló el corazón, lo que hizo a su cabeza dar vueltas a la par que su estómago ejecutó un movimiento esforzándose por escupiese a sí mismo por la boca de Augusto. Se recostó a la pared y paseo la palma de su mano por su rostro sudoroso. Como pudo se encamino a la salida del apartamento, una vez fuera dio traspiés  desesperados hasta salir del edificio. Cuando alcanzó la calle comenzó a correr, corrió y corrió como loco. 

Más adelante se cruzó con una patrulla de policía que comenzó a seguirlo y a demandar que se detuviera, pero Augusto no lograba obedecerlos, se sentía autómata.

Los policías lo adelantaron y atravesaron el vehículo en el camino de Augusto quien choco de bruces con la patrulla y fue a parar al suelo como un saco.

-¿Quién te crees idiota! ¡Te ordenamos detenerte! ¿De dónde vienes?- le gritó el policía que anteriormente conducía mientras lo apuntaba con su arma. Augusto permaneció acostado en el suelo boca abajo.

El policía que iba de copiloto lo ayudo a levantarse. Luego lo pusieron contra la patrulla, lo revisaron y le pidieron sus documentos de identidad.

-¿De dónde venias idiota?- le volvió a preguntar el policía que lo apuntó.

-De mi casa- respondió Augusto cabizbajo.

-¿Y por qué corrías?-

-Porque vi algo terrible-

-¿Mataste a alguien idiota?-

-No-

-¿Viste como mataban a alguien?-

-No-

-¿No qué?-

-No señor-

-¡Bien!- le respondió el policía volteándolo, posteriormente le lanzó los documentos al pecho por lo que rebotaron y cayeron al suelo, Augusto se agachó a recogerlos.

-¿Por qué no te detenías?- preguntó el segundo policía.

-No podía- le contestó Augusto.

-¿Qué fue lo que viste?- volvió a interrogarlo.

-Mi esposa estaba en la cama con mi mejor amigo- les confesó.

El policía que lo había apuntado estalló en risas.

-Puedes irte- le dijo el policía cordial y Augusto se marchó.

-Sí, ya puedes largarte ¡cornudo!- agregó el oficial pedante.

Augusto se fue caminando, arrastrando los pies. Le dolía el cuerpo, le ardían los rasguños que sufrió al ser atropellado y sobre todo le molestaba el cuchillo que sentía clavado en su espalda por Stella y Juan.

Llegó hasta un puente que pasaba por encima de un riachuelo de cemento por el que corrían aguas negras. Ahí se detuvo mirando hacia abajo.

Deseaba que todo cesara, quería dejar de sentir, quería dejar de pensar, a fin de cuentas Stella no lo quería, Juan tampoco, ni sus padres. A todos parecía molestarle la forma con él era, siempre estaban criticándolo, reprimiéndolo, diciéndole que debería agradecer por todo lo que tenía, empequeñeciendo sus ganas de vivir mejor, de ser diferente, burlándose de que soñara con ser libre. 

Estaba agotado, incluso se preguntaba cómo pudo soportar tanto. A fin de cuentas solo veía oscuridad por delante, solo veía mediocridad detrás. No iban a extrañarlo porque estando aquí no lo valoraban. Una vez muerto eventualmente todos seguirían con su vida y lo coronarían como bueno y santo como hacen con todos los que fallecen.

El olor putrefacto del río invadió el aire que inhalaba Augusto. "Así es la muerte apestosa y asquerosa" pensó, subió entonces a la baranda del puente y al disponerse a saltar imaginó su cuerpo destrozado al fondo de esa canal, como al día siguiente extraerían su cadáver y tomarían una foto a su rostro desfigurado para publicarlo en los sucesos del diario local. Seguidamente, sin previo aviso, vómito. Vómito tanto que bien pudo dejar salir su alma. Entonces se bajó de la baranda y se dejó caer en la acera del puente, ahí se quedó por varias horas como vagabundo ebrio. Después se puso de pie y regresó despacio a su casa.

Llegó pasada la media noche, Stella dormía plácidamente, incluso sonriendo, "¿Quién no? Después de semejante..." no se atrevió a culminar su pensamiento.

Como se sentía desaseado pasó a ducharse, al salir Stella seguía durmiendo. "Bien, es mejor así" Después de vestirse tomó su vieja maleta y colocó dentro su ropa.

Fue hasta la habitación de su hijo y lo encontró en la cuna durmiendo. Se quedó observándolo y le dijo:

-A veces de los desastres resultan cosas bonitas, así como resultaste tú de una noche de tragos con una zorra del bar. Ni siquiera me agradaba mucho, en cambio a Juan sí, pero ella se empeñó en mí y yo soy hombre y debía hacer valer mi nombre para no quedar como maricón- luego hizo una pausa.

-Debiste haberlos escuchado cientos de veces. Estoy seguro que incluso te dejaron llorando mientras se complacían-

A la mañana siguiente Augusto entusiasmado le hablaba a su hijo mientras lo alimentaba con el biberón, se encontraban en el interior de un autobús que recién partía.  

-La única vez que fui a la playa era un niño y mis padres y yo una familia. Me alegra que vengas conmigo. No creo que tu madre te extrañe porque parece que no le agradas mucho, pero no te preocupes yo tampoco le agrado y probablemente que tú no le agrades sea mi culpa.

No dejaré que seas un esclavo hijo, tú y yo recorreremos juntos el mundo buscando la libertad-

FIN