Era un hermoso sábado, me levante temprano para preparar mi equipaje, mis
padres estaban un poco inquietos de que fuera a pasar la noche lejos, en otra
localidad. Era normal que se sintieran así, pero también era normal que yo
comenzara a hacer este tipo de cosas en mi vida.
Empacaba suéteres, bufandas, gorros, guantes… el sitio al que viajaríamos
era de temperatura muy fría. Yo nunca lo había visitado y estaba emocionada.
Ya estaba casi preparada cuando escuche que alguien tocaba a la puerta de
mi habitación, me di vuelta para ver quién era pues esta estaba abierta.
-Hola Mariana- le dije.
-Me alegra que no me arrojes cosas- me dijo a modo de broma.
-Yo no lo haría- le respondí sin mirarla, ella guardo silencio y me dijo
luego de un momento.
-Oye, nunca habíamos discutido así. Creo que nunca habíamos discutido, me
siento mal. No quiero estar así contigo- al decir esto se acercó y busco
mi mirada con la suya.
-Es mejor que lo olvidemos y no hablemos de eso- le respondí.
-¿Por qué?-
-Yo no voy a cambiar de opinión, ¿Tú vas a cambiar de opinión?-
-No-
-Ya ves-
-¿Quedamos mal entonces?-
-Solo olvidémoslo- le dije.
-¿A dónde vas?- me pregunto observando mi maleta abierta a medio cargar.
Una de las decisiones que tome en el tiempo que pase reflexionando sobre
nuestra discusión me hicieron decidir no tratar de ocultarle a Mariana lo que sentía
por Isabel, a fin de cuentas ¿Por qué debía ocultárselo? ¿Por qué insistía en
crear limitaciones y confusiones absurdas? Mariana es mi amiga y lo ha sido por
casi cinco años.
-Al pueblo Danés- le respondí de nuevo sin mirarla.
-¿Te quedaras a dormir? supongo-
-Si- le respondí con firmeza mirándola a los ojos y Mariana extrañamente
tomo una expresión picara.
-¿Estas nerviosa?- me pregunto.
-No… ¡Déjame!- le dije apenada. Ella río un poco.
-¿Lo saben tus padres?-
-Les dije que iba con un grupo de la universidad- ya sentía menos tensión.
-¿Y te creyeron?-
-No lo sé-
-Espero que te vaya bien- me dijo, yo voltee a mirarla y parecía sincera, entonces
se dio vuelta para irse y yo sentí que se me iba el aire de los pulmones.
-Mariana- le dije y ella se detuvo en el pasillo. Entonces me acerque y le
di un beso en la mejilla antes de decirle:
-Te quiero y si te sucediera algo peor a lo que ya ha ocurrido, la pasaría muy
mal-
Ella trago grueso me dedico una sonrisa de medio lado y siguió su camino.
Yo me quede en el pasillo escuchando sus pasos hasta que salió por la puerta. Entonces
fui a la ventana de mi cuarto y vi
que fuera de la casa estaba el auto de su padre, de nuevo lo usaba ¿Qué habría ocurrido
con su camioneta?. Estuve mirándola como se subió y luego el carro salió por el
portón, no sé por qué razón, pero me sentía inquieta, temía no volverla a ver.
En ese momento mi teléfono repico y me saco del estado mental fatalista en el
que había entrado, era Isabel, significaba que ya estaba por llegar, debía apresurarme.
Cuando subí a la camioneta mi hermosa novia pelirroja me beso cerca de 30
segundos y me ayudo a olvidarme de todo. Entonces nos pusimos en marcha, el
pueblo Danés estaba a unas 3 horas de la ciudad.
El viaje fue muy agradable, conversamos, reímos, escuchamos música,
cantamos, nos detuvimos en algunos miradores a observar los acantilados, las
montañas que rodeaban el paisaje, los cultivos de fresas, las casitas rodeadas
de tantas flores que no podías determinar con que material habían sido construidas,
los niños de mejillas rojas jugando a la orilla de la carretera, ancianos con
mulas trabajando el campo, los perros de denso pelaje que ladraban a los autos
y las montañas nevadas a lo lejos, parecía que todo estaba perfectamente
planificado para ser precioso.
Cuando entramos en el pueblo Danés fue como llegar a otro mundo. La arquitectura
era muy diferente a la vista anteriormente, igual que la vestimenta de sus
habitantes, y las personas eran más altas, más rubias, más blancas y de ojos
más claros a lo que se acostumbra ver en la ciudad.
Paramos en una posada con estructura cuadrada y techo piramidal, me
recordaba a las casitas que acostumbramos a dibujar cuando somos niños. Entramos
y una señora regordeta de cabello rubio y ojos azules nos recibió, hablaba con
acento extranjero y nos dio una habitación que Isabel ya había reservado,
observe que en el mostrador estaba una pequeña bandera con los colores del arco
iris, era la bandera de nuestra comunidad LGBT. La mujer se dio cuenta que yo miraba
la pequeña bandera y entonces me dijo:
-¡Amigables! ¡Amigables con todos!- Isabel sonrió y me dio un beso en la
mejilla. Luego de dejar nuestro equipaje en la habitación, la cual era pequeña,
acogedora y con olor a madera, salimos a recorrer el pueblo tomadas de la mano.
El piso de las calles estaba hecho con piedras rectangulares que cuadraban
entre sí a modo de rompecabezas gigante. Por todos lados había jardines con
muchas flores y las personas usaban ropa tradicional, excepto los turistas, que andaban por allí tomando fotografías
a casi todo lo que se cruzaban.
En la plaza estaba un grupo de músicos con chelos, violines y acordeones
tocando música alegre que me recordaba a las películas recreadas en la edad
media. También había mujeres y hombres bailando. Las chicas usaban vestidos de
faldas largas y camisas blancas con chalecos de colores. Los hombres llevaban
pantalones cortos que dejaban ver sus largas medias, así como chalecos y
chaquetas encima de ellos. Además todos utilizaban gorros peculiares.
Nos quedamos
observando la danza junto al grupo de gente que se iba acumulando, y en un momento
comenzaron a invitar a todos a bailar. Para cuando me di cuenta, estaba con
Isabel danzando esa música alegre en mitad de la plaza, ambas reíamos y lo hacíamos
mal, a la final inventamos nuestro propio baile. Cuando la música terminó, todos
aplaudieron y siguieron su camino.
Durante el almuerzo comimos carne rellena con ciruelas, acompañada con
papas y vegetales cocidos. También tomamos vino y el postre fue un pastel frió de manzana.
En nuestro segundo paseo vimos como en las tiendas de comida, colgaban salchichones de los techos; otras tiendas vendían
hermosos tejidos o conservas de pescados, bacalaos o mariscos. Isabel compro
una pulsera de plata y la coloco en mi muñeca izquierda como regalo. Posteriormente visitamos
la iglesia y el museo, ambos exponían la historia de nuestro propio país y como
los daneses llegaron hasta aquí y se establecieron entre las montañas.
Cuando atardecía, Isabel y yo llegamos hasta un mirador solitario donde se
dejaba ver algunos rayos del sol ocultándose tras las montañas, este tenía bancos sin
espaldar, por lo que al sentarme ella se sentó tras de mí, me abrazó y de vez
en cuando me daba besos en mi mejilla y hacia cosquillas en mi cuello.
-¿Te gusto venir?- me pregunto.
-Sí, mucho, gracias por traerme- le respondí,
voltee a verla y ella me beso.
Como el cielo estaba casi oscuro y no se escuchaba gente alrededor, yo me acomode
para besarla mejor y así estuvimos un rato hasta que nuestros besos pasaron a
ser menos románticos y más apasionantes. Ella abrió mi chaqueta y bajo mi
bufanda para acceder a mi cuello pero al poco rato comencé a temblar porque estaba
aumentando el frió. Isabel se dio cuenta de eso y me dijo:
-¿Nos vamos ya a la habitación?- yo asentí. Cuando acomode mi bufanda y
mi chaqueta casi corrimos tomadas de la mano hasta donde nos hospedábamos.
Al entrar en el cuarto Isabel rápidamente se quito su gorro, sus guantes,
su chaqueta y su bufanda mientras yo solo la observe, ella al darse cuenta se
quedo mirándome dudosa y yo aunque trate, no pude evitarlo y me reí.
-¿Qué pasa?- me dijo ella sonriendo.
-Nada- le dije yo, y procedí a quitarme mi bufanda, mi chaqueta, mi gorro y mis
guantes igual que ella. Luego me senté en la cama y me quite los botines que
llevaba.
-¿Estas nerviosa?- me pregunto.
-Es normal estar nerviosa- le respondí y le extendí mi mano llamándola. Ella
se acerco a mi me la tomo y se sentó a mi lado. Luego me dijo:
-Te quiero, ¿lo sabes?- yo asentí y la bese.
Nos seguimos besando y poco a poco ella quedo acostada sobre mí, entonces
los besos volvieron a ser apasionantes. Me gustaba mucho, especialmente la
parte que lograba ver de su abdomen cuando sus blusas subían, por lo que comencé
a acariciarla alrededor de sus caderas y metí mis manos bajo su blusa y las fui
paseando por toda su espalda. Ella bajo
a besar mi cuello y comenzó a separar los botones de mi camisa. Luego me ayudo a
sentarme en la cama y me despojo de la blusa y mi sujetador, yo hice lo mismo
con ella, para luego acostarla y besar sus pechos su abdomen y su vientre.
Es lo último que recuerdo bien, pues luego solo logra llega a mi mente un océano
de sensaciones; mis vellos se erizaban, todo mi cuerpo cosquillaba y salían de
mí sonidos que no tenía la voluntad de emitir. Sé que debí perder en algún momento
mi pantalón y ella también, se que ella me toco y yo la toque, que por instinto
realice múltiples, miles, tal vez millones de movimientos de vaivén que a cada
paso se hacían más profundos y acelerados. Finalmente una descarga eléctrica
se origino entre sus manos y subió por toda mi médula y se disperso por todo mi
cuerpo para luego crear una explosión plácida en mi cerebro y entonces,
justo en ese momento, me di cuenta que me faltaba el aire, que mi boca estaba
seca porque probablemente había gemido o tal vez gritado, que había desaparecido
del mundo y que estaba regresando con lentitud y el cuerpo de Isabel fuertemente
aferrado al mío.
Continuara...
Capitulo 15