jueves, 15 de junio de 2017

Cazador de libertad

Durante las noches, cuando Augusto se acostaba a dormir, sentía que en el interior de su pecho habitaba una versión miniatura de él que le rasgaba las entrañas en un intento por escapar de allí.

Se ponía sudoroso, se incomodaba, cambiaba su posición de un sitio a otro hasta que se hartaba tanto que elegía levantarse y se dedicaba a mirar por la ventana de su apartamento la calle oscura y solitaria.

-¿Qué te pasa?- se preguntaba a sí mismo.

Un viernes después del trabajo, mientras se encontraba en un bar con su amigo Juan, surgió la siguiente conversación:

-¿Te das cuenta que no somos libres?-

-¿De qué hablas? ¡Claro que lo somos! Estamos aquí, tomando cerveza con el dinero que ganamos trabajando aunque nuestras mujeres se enojen por ello- le respondió este poniendo la botella en alto.

-¿Cómo podemos estar seguros que lo que hacemos lo hacemos porque queremos y no porque se nos dijo que era lo que debíamos hacer?

¿Cómo sabemos si somos realmente nosotros mismos o el resultado de lo que quisieron que fuéramos?- insistió Augusto.

-¿Lo dices porque mi padre fue un alcohólico y a mi me encanta beber?- le preguntó Juan confundido.

Augusto suspiró.

-Relájate amigo, sé que nuestro trabajo es una mierda, que nuestras esposas son unas putas locas, que nuestros hijos solo existen para molestar, pero no le des importancia- lo consoló su amigo Juan dándole fuertes palmadas en la espalda.

Augusto trabajaba en una fábrica de hidroneumáticos, vivía en concubinato con una mujer llamada Stella desde hacía año y medio, y tenía un hijo de la misma edad. Se levantaba a las cinco de la mañana, tomaba su café, comía el desayuno que le preparaba su mujer, le daba un beso, cogía su vianda del almuerzo y partía.

Camino al trabajo observaba a las personas apretujándose unas a otras en el bus. Veía estudiantes somnolientos, ancianos que acudían a citas médicas, mujeres y hombres perfumados, obreros y obreras. Augusto se preguntaba si aquellas personas se sentían libres, si serian felices.

Nunca antes había pensado demasiado sobre la vida, ahora percibía que había dos versiones de él, Augusto el que fue un joven despreocupado y feliz y Augusto el adulto agobiado. No sabía porque había terminado donde justo estaba, y mucho menos porque sus circunstancias le molestaban tanto.

Los únicos momentos cuando sus pensamientos se silenciaban era mientras trabajaba. Soldar, pulir, barnizar requería su entera concentración, paradójicamente ejercer su oficio lo hacía sentirse relajado. Sin embargo, una vez salia del trabajo se descubría de nuevo observando a los transeúntes y tratando de descifrar quién era libre, quien era feliz.

-¿Alguna vez te has preguntado porque hacemos lo mismo todos los días y eso parece no importarnos?- se le  ocurrió comentarle a su esposa durante una cena.

-¡Si lo dices porque siempre hago la misma comida pues no tengo la culpa de que sea para lo único que nos alcanza!- le respondió esta posteriormente estallando en llanto.

Augusto sentía que vivía en un mundo lleno de zombis donde el único que parecía darse cuenta de ese hecho era él.

-¡Tienes una esposa, un hijo y un trabajo! ¡Deberías estar agradecido con Dios!- le respondió su madre cuando intentó hablarle acerca de sus interrogantes.

-Hijo, sé un hombre- fue la frase que recibió de su padre respecto al mismo tema.

Augusto se sentía muy solo, sentía que nadie lo comprendía, que los temas de los que quería hablar eran tabú, sentía que se estaba volviendo loco.

Todo comenzó el día que Felipe, su compañero de trabajo, tuvo un accidente laboral en el que se partió el brazo. Cuando esperaban que llegara la ayuda Augusto vio a Felipe llorar.

-¿Te duele mucho hermano?- le preguntó.

-Van a enviarme a casa sin sueldo y cuando me sane ya no habrá trabajo para mí- le respondió Felipe.

Augusto no le dijo nada más pues sabía que su compañero tenía razón, continuamente veía como se repetía esa situación por toda la empresa.

-No le cuentes a nadie que me viste chillando- le pidió un momento después. 

Por muchos días Augusto no pudo dejar de pensar en Felipe y su pesar:

"Pareciera que no fuéramos personas, si no objetos que si se averían se reemplazan. A los jefes no les importa que nos quedemos sin dinero. Es como si enfermarse fuera tu error y te castigaran con rechazo y hambre"

"Ojala no dependiéramos del dinero, lo utilizan de excusa para esclavizarnos, después de tanta guerra de independencia que nos hablaban en la escuela, seguimos aquí hoy, sin libertad"

"Cada día que pasa me acerco a la hora de mi muerte... de haber sabido que venía al mundo a hacer lo mismo todos los días le hubiese ahorrado a mi madre el dolor del parto"

Mirando por la ventana esa noche recordó cuanto deseaba ser karateca cuando era niño, incluso logró que su padre lo inscribiera en un Dojo, pero no fue muy larga su alegría. Por aquellos tiempos sus padres discutían todo el tiempo y poco antes de divorciarse no volvieron a llevarlo a las clases. Al preguntarle a su madre el motivo esta le respondió que dejara de comportarse como una persona egoísta, que esa manera de actuar seguramente lo había heredado de su padre. Fue la primera vez que conoció lo que se siente tener el corazón roto.

Inmediatamente saltó la segunda vez que experimento un dolor similar. Estaba en los últimos años de escuela y se enamoró perdidamente de una chica, incluso logró hacerse su amigo, pero antes de poder contarle lo que sentía por ella se la encontró besando a un chico mucho más alto, limpio y musculoso que él.

-¡Joder Augusto!, son casi las dos de la mañana, debes ir pronto a trabajar ¿Por qué piensas en todo esto justo ahora?- sé preguntó a sí mismo.

La pequeña versión de él que le rasguñaba el pecho parecía haberse detenido dejándolo con un tremendo ardor por dentro. La sudoración que lo hizo levantarse se volvió más profusa y cuando pensó que no podía sentirse peor aparecieron las náuseas, que lo empujaron rápidamente al escusado donde solo vertió saliva.

Sintió ganas de llorar, pero se contuvo. Los hombres no podían llorar, y la última cosa que necesitaba para terminar de ser un completo marica esa noche sería justamente eso.

Su bebé rompió en llanto luego que escuchó cuando Augusto bajo el tanque. Este se apresuró a la cuna para evitar que despertara Stella. En esos momentos no tenia fuerzas para lidiar con ella y sus sentimientos de culpa.

-¿Qué pasa pequeño? ¿Qué pasa?- le dijo en un susurro a su hijo mientras lo tomaba para cargarlo. El bebé sollozaba.

Lo acunó en su pecho desnudo y aún doloroso, luego comenzó a mecerlo mientras daba vueltas por la habitación. Al cesar el llanto decidió sentarse en la sala.

-¿Qué te voy a decir cuando me preguntes porque te traje a este mundo?- le comentó en voz baja a su hijo antes de besarle la frente.

-Peor aún ¿Qué te ira a contar tu madre sobre mi cuando me vuelva loco?-

El bebé entre tanto abrazo y acunamiento se quedó quieto y dormido. Augusto sentía el pequeño y rápido corazón de su hijo palpitando junto al suyo, eso lo conmovió y antes de dormirse por la comisura de sus ojos corrieron dos lágrimas. 

La mañana siguiente Augusto se fue al trabajo con la siguiente idea: "no somos libres, y entre los más esclavos estoy yo"

La desdicha lo hizo suyo durante dos semanas. Dos semanas infernales en las que su esposa le demandaba sexo que él no alcanzaba a concretar, originado que el llanto de su hijo aumentara de frecuencia a la par que el mal humor de su mujer.

Desesperado acudió a una iglesia en la que fue abordado por un sacerdote. Sin filtro le contó todo lo que le estaba pasando.

El eclesiástico le consoló diciendo que estaba siendo perturbado por los demonios de Satán. Que Dios jamás lo abandonaría en esa lucha y que cuando sintiera que las cosas eran más difíciles debía darse cuenta que era una prueba del gran Señor que solo quería enseñarle a ser más fuerte.

-No debes detenerte discerniendo si eres libre o no, este es el plano carnal, la verdadera libertad la conocerás en el reino de Dios-

-¿Cuando muera?-

-Exacto, quien cree en Dios no morirá para siempre- terminó de decirle el sacerdote con una sonrisa.

Augusto salió de la iglesia confundido. Más relajado pero confundido, no había alcanzado a entender lo que quiso enseñarle el sacerdote. ¿Quizá que se resignara a vivir así? Sacudió su cabeza en rechazo a esa idea, "Ha de ser que no comprendí la lección".

En la fábrica trabajaba una ingeniera que tenía fama de poseer una inteligencia superior, "a pesar de ser mujer" solían bromear en el bar sus compañeros, pues siempre saltaba como motivo de conversación.
 
Augusto paso tres días siguiéndola con la mirada, pescando con paciencia el mejor momento para abordarla. Este se presentó el día que ella irrumpió en el espacio de trabajo de Augusto y le preguntó de qué color habían pintado los tanques del lote HP00987J. Antes de que se marchara la abordó:

-¿Ingeniera?-

-Sí-

-¿Puedo preguntarle algo?- ella lo miró con el entrecejo fruncido.

-¿Qué será?- lo interrogó, la ingeniera no solía confiar en sus compañeros de trabajo porque tendían a crear artimañas para perjudicarla y con los obreros solía mantener una más larga distancia.

-Cuando tiene una duda muy grande y ni sus amigos, ni los sacerdotes parecen tener una respuesta, ¿Donde acude para resolverla?- por el rostro de la ingeniero corrió la sorpresa seguido por la curiosidad.

-Es difícil encontrar la verdad Augusto, lee lo que razonaron personas más sabias que tú y no olvides que el truco es no creer completamente a ninguno- luego de decirle eso le guiño el ojo y se marchó.

El resto del día no pudo concentrarse, se sentía ansioso por buscar las respuestas donde le habían recomendado.

Al salir del trabajo se dirigió a la biblioteca de la ciudad y como no sabía mucho sobre leer libros entró a la sala de computación.

"¿Cómo saber si soy libre?"
"¿Por qué no somos libres?"
Fueron las búsquedas que realizó.

Descubrió tanto por leer y tantas opiniones al respecto que le bastó para pasar la noche en ello, hasta que el bibliotecario le dijo que debía irse porque tenía que cerrar. Al siguiente día volvió, y el siguiente y el siguiente.

Stella lo acusó de bígamo porque tardaba en llegar a casa luego del trabajo, pero notó que realmente Augusto parecía estar estudiando pues hablaba con pasión de temas que no eran comunes en él. Dejaba perplejos a sus compañeros de trabajo y familia. Él sentía que había padecido de mucha sed y ahora estaba bebiendo de un cáliz del que no se podría despegar, pues "saber", lo hacía sentir frenético y lo hacía sentir feliz, aunque leer a los sabios le haya confirmado lo que intuía: efectivamente no era libre y posiblemente jamás lo seria.

"Dicen que los seres humanos no podemos sobrevivir aislados, que vivir en sociedad nos mantiene saludables y para poder vivir en sociedad debemos pagar con una cuota de nuestra libertad.

Por eso hoy en día nos tenemos que someter a las leyes, que supuestamente resguardan los derechos de todos. Aunque obviamente no vivimos en un mundo justo.

Existieron unos rusos que dijeron que no vivimos en un mundo justo porque siempre hay unos pocos que tienen la riqueza y someten a la mayoría lanzándonos migajas. Ellos querían cambiar la sociedad pero nunca pudieron.

Nos hemos pasado toda la historia ¡desde que existimos! matándonos en guerras por tener libertad. Dicen que la mayor libertad que tenemos es esta ¿Te lo puedes creer! ¡Dicen que la manera en que vivimos es la forma más posible de ser libres!"

-No entiendo nada de lo que dices Augusto- fue la respuesta que le dio Stella a sus planteamientos.

-Soy joven aún, debo encontrar la manera de ser libre, en internet dicen que tengo que saber que me gustaría hacer con mi vida y realmente la última vez que recuerdo haber sabido eso fue cuando quise ser karateca- le contó a su amigo Juan el día siguiente.

-¡No sea ridículo Augusto!, esas mariconadas las piensan los afeminados, nosotros somos hombres y debemos responder a nuestras familias-

Para Augusto no tenía importancia que Juan lo llamaran loco y afeminado, pues buscar las respuestas evitaba que le rasgaran el pecho durante las noches, además le quitaba el insomnio y las nauseas.

Cierto día fue el centro de atención durante el almuerzo en el trabajo, comenzó por hablarle a sus compañeros más cercanos sobre la libertad y para cuando se dio cuenta el comedor se quedó en silencio escuchándolo.

"... estoy seguro que muchos de nosotros terminamos aquí porque así lo quisieron otros, muchos de nosotros pudimos haber trabajado en otros lugares, pero existía una o varias personas que nos dijeron que no podíamos hacerlo o que no nos convenía. Nos dejamos colocar cadenas en la mente y en el espíritu y aquí estamos hoy siguiendo el destino que dictaron para nosotros, pero no es nuestra culpa, el mundo entero está diseñado para que seamos esclavos, lo único que podemos hacer a esta altura es despertar nosotros mismos, despertar a los otros y ser lo suficientemente valientes para tomar las riendas, se equivocan al catalogarnos de ovejas, no somos ovejas, somos leones..."  

Sus compañeros gritaron y silbaron a Augusto con furor hasta que fueron reñidos por uno de los supervisores que les dijo que en el comedor no se podía estar gritando. El jefe antes de retirarse clavó su mirada en Augusto quien se la sostuvo sin temor.

-¡Como sigas en esa locura vas a terminar logrando que te echen!- le dijo su amigo Juan en los vestidores mientras se cambiaban después de terminar su jornada laboral.

-¿En verdad crees que sean capaces de eso?- le respondió Augusto con sarcasmo.

-¡Idiota! tienes un bebé, ¡deberías pensar en él!- continuó Juan con expresión dura, parecía molesto por lo que Augusto se extrañó.

Como era habitual tomó camino hacia la biblioteca pero al llegar la halló cerrada por fumigación. 

-¡No puede ser! ¡Y no me dijeron nada ayer!- refunfuño ante las solitarias puertas de vidrio. Sin más opción se marchó a su casa.

Subió las escaleras pausadamente, sabía que le esperaban los comentarios mal sanos de Stella, quizás si entraba calladamente y ella estaba dormida no lo molestaría por un rato.

Al cerrar la puerta con cautela llegó hasta sus oídos los gemidos de su esposa acompañados por los de un hombre. Se quedó pasmado. Luego de unos momentos con el corazón a mil y los ojos casi saltando de sus cuencas fue hasta la habitación, por un lado de la puerta que se hallaba abierta vislumbró a su esposa con su amigo Juan entre sus piernas martillando sus sexos con dualidad.

Seguidamente sintió que una mano enorme le magulló el corazón, lo que hizo a su cabeza dar vueltas a la par que su estómago ejecutó un movimiento esforzándose por escupiese a sí mismo por la boca de Augusto. Se recostó a la pared y paseo la palma de su mano por su rostro sudoroso. Como pudo se encamino a la salida del apartamento, una vez fuera dio traspiés  desesperados hasta salir del edificio. Cuando alcanzó la calle comenzó a correr, corrió y corrió como loco. 

Más adelante se cruzó con una patrulla de policía que comenzó a seguirlo y a demandar que se detuviera, pero Augusto no lograba obedecerlos, se sentía autómata.

Los policías lo adelantaron y atravesaron el vehículo en el camino de Augusto quien choco de bruces con la patrulla y fue a parar al suelo como un saco.

-¿Quién te crees idiota! ¡Te ordenamos detenerte! ¿De dónde vienes?- le gritó el policía que anteriormente conducía mientras lo apuntaba con su arma. Augusto permaneció acostado en el suelo boca abajo.

El policía que iba de copiloto lo ayudo a levantarse. Luego lo pusieron contra la patrulla, lo revisaron y le pidieron sus documentos de identidad.

-¿De dónde venias idiota?- le volvió a preguntar el policía que lo apuntó.

-De mi casa- respondió Augusto cabizbajo.

-¿Y por qué corrías?-

-Porque vi algo terrible-

-¿Mataste a alguien idiota?-

-No-

-¿Viste como mataban a alguien?-

-No-

-¿No qué?-

-No señor-

-¡Bien!- le respondió el policía volteándolo, posteriormente le lanzó los documentos al pecho por lo que rebotaron y cayeron al suelo, Augusto se agachó a recogerlos.

-¿Por qué no te detenías?- preguntó el segundo policía.

-No podía- le contestó Augusto.

-¿Qué fue lo que viste?- volvió a interrogarlo.

-Mi esposa estaba en la cama con mi mejor amigo- les confesó.

El policía que lo había apuntado estalló en risas.

-Puedes irte- le dijo el policía cordial y Augusto se marchó.

-Sí, ya puedes largarte ¡cornudo!- agregó el oficial pedante.

Augusto se fue caminando, arrastrando los pies. Le dolía el cuerpo, le ardían los rasguños que sufrió al ser atropellado y sobre todo le molestaba el cuchillo que sentía clavado en su espalda por Stella y Juan.

Llegó hasta un puente que pasaba por encima de un riachuelo de cemento por el que corrían aguas negras. Ahí se detuvo mirando hacia abajo.

Deseaba que todo cesara, quería dejar de sentir, quería dejar de pensar, a fin de cuentas Stella no lo quería, Juan tampoco, ni sus padres. A todos parecía molestarle la forma con él era, siempre estaban criticándolo, reprimiéndolo, diciéndole que debería agradecer por todo lo que tenía, empequeñeciendo sus ganas de vivir mejor, de ser diferente, burlándose de que soñara con ser libre. 

Estaba agotado, incluso se preguntaba cómo pudo soportar tanto. A fin de cuentas solo veía oscuridad por delante, solo veía mediocridad detrás. No iban a extrañarlo porque estando aquí no lo valoraban. Una vez muerto eventualmente todos seguirían con su vida y lo coronarían como bueno y santo como hacen con todos los que fallecen.

El olor putrefacto del río invadió el aire que inhalaba Augusto. "Así es la muerte apestosa y asquerosa" pensó, subió entonces a la baranda del puente y al disponerse a saltar imaginó su cuerpo destrozado al fondo de esa canal, como al día siguiente extraerían su cadáver y tomarían una foto a su rostro desfigurado para publicarlo en los sucesos del diario local. Seguidamente, sin previo aviso, vómito. Vómito tanto que bien pudo dejar salir su alma. Entonces se bajó de la baranda y se dejó caer en la acera del puente, ahí se quedó por varias horas como vagabundo ebrio. Después se puso de pie y regresó despacio a su casa.

Llegó pasada la media noche, Stella dormía plácidamente, incluso sonriendo, "¿Quién no? Después de semejante..." no se atrevió a culminar su pensamiento.

Como se sentía desaseado pasó a ducharse, al salir Stella seguía durmiendo. "Bien, es mejor así" Después de vestirse tomó su vieja maleta y colocó dentro su ropa.

Fue hasta la habitación de su hijo y lo encontró en la cuna durmiendo. Se quedó observándolo y le dijo:

-A veces de los desastres resultan cosas bonitas, así como resultaste tú de una noche de tragos con una zorra del bar. Ni siquiera me agradaba mucho, en cambio a Juan sí, pero ella se empeñó en mí y yo soy hombre y debía hacer valer mi nombre para no quedar como maricón- luego hizo una pausa.

-Debiste haberlos escuchado cientos de veces. Estoy seguro que incluso te dejaron llorando mientras se complacían-

A la mañana siguiente Augusto entusiasmado le hablaba a su hijo mientras lo alimentaba con el biberón, se encontraban en el interior de un autobús que recién partía.  

-La única vez que fui a la playa era un niño y mis padres y yo una familia. Me alegra que vengas conmigo. No creo que tu madre te extrañe porque parece que no le agradas mucho, pero no te preocupes yo tampoco le agrado y probablemente que tú no le agrades sea mi culpa.

No dejaré que seas un esclavo hijo, tú y yo recorreremos juntos el mundo buscando la libertad-

FIN

lunes, 5 de junio de 2017

Catarsis

Duda, miedo, vergüenza, dolor, rencor. 

Letras, pinceladas, brazadas, sexo, alcohol.

Tumulto de animales con cerebros desarrollados y sentimientos atrofiados.

Aquí y allá, todos buscan hacer catarsis.

Muchos intentan, pocos lo logran.

Autoengaño, psiquiatras, ansiolíticos, Dios.

sábado, 3 de junio de 2017

La chica de bar

Yo nací en agosto, un martes a las cuatro de la tarde. Eso lo supe cuando aún siendo niña hallé mi acta de nacimiento. Desde ese momento me gustaron irrevocablemente los martes a las cuatro de la tarde, es como si tuviera una especie de encuentro cósmico conmigo y me hallara en la forma como el sol cae sobre las hojas de los árboles.

Mi infancia fue feliz, aunque mis padres me ignoraban no tuve problema con ello, para mi era una forma normal de comportarse. Pasaba mi tiempo jugando al caballero andante que defendía princesas de dragones y malhechores. También jugaba al policía y al vaquero. Tenia una fijación innata por las armas, sean blancas o de pólvora, algo en su existencia me hacia y hace sentir profundamente seducida.

Era un club nocturno que funcionaba en un galpón, normalmente lo visitaban los simpatizantes del rock pesado pues ese tipo de bandas se presentaban allí. Constaba de un espacio abierto con un escenario y barras alrededor. En el medio se podía rockear con la máxima energía que puede manifestar un skinhead alterado por el LSD.

Había una banda de rock alternativo que estaba adquiriendo auge entre los más jóvenes. Tan inmediato como comenzaron a ser comentados entre los estudiantes de los institutos, apareció un hombre ofreciendo ser su agente, quien les prometió conseguir presentaciones por todo el país. Los chicos eran jóvenes e ilusos por lo que firmaron con este hombre un contrato que le otorgaba el 60% de las ganancias que generara el grupo.

El agente era un tiburón, o más bien una rata. Se movía con sigilo entre los futuros talentos y saltaba a ellos como un vampiro antes de que  cualquier otro concibiera la idea.

Al abalanzarse hacia la promesa de rock emergente dejo atrás un dueto de raperos que habían esperado su éxito por dos años. Los interpretes de música urbana pertenecían a la clase alta y tuvieron durante todo ese tiempo, altos gastos de manutención para su agente cuando este realizaba viajes de negocios para "cazar contratos". Los raperos estaban decepcionados y molestos, por lo que no dudaron en contratar los servicios de Tania.

Tania quien siempre se mimetizaba con la muchedumbre cuando se disponía a realizar sus trabajos vestía aquella noche bluyin negro, camiseta gris con el nombre de la banda Kiss estampado, chaleco de mezclilla azul y su cabello suelto y peinado con las manos. Anduvo como un espectro por aquí y por allá rondando, tratando de ubicar al pestilente agente.

Lo halló tras bambalinas, en un pasillo apartado charlando por teléfono mientras fumaba un cigarrillo. El hombre vestía con traje sin corbata, usaba una enorme cadena de oro, lentes de sol multicolores y el cabello alborotado con gel. Su conversación era fluida y llena de risas tontas luego que escupía los chistes más zonzos.

Tania había aprendido desde niña, por mera diversión, a desplazarse sigilosamente. La chica se cobijó en la oscuridad de una esquina y permaneció paciente hasta que el agente traidor colgó su llamada. Solo le bastó un segundo desde que el hombre se despidió para tomarlo por el cabello, mover su cabeza hacia atrás para exponer mejor el cuello y deslizar su filoso cuchillo por la garganta.

El hombre cayó de frente, desorientado por lo que acababa de ocurrir. Los lentes que llevaba rodaron lejos.  Entonces Tania se agachó, lo tomó por el hombro y lo volteó. El agente aún con vida dirigió su vista perpleja a los ojos azules de Tania, quien lo miró de vuelta. Ella siempre esperaba hasta que murieran sus víctimas.

El moribundo emitía sonidos de ahogo mientras la sangre rebosaba por su herida, por su boca y su nariz. Lo último que hizo fue toser antes de que se apagara la luz de sus ojos.

Tania se puso de pie, guardó su cuchillo y salio del club. El trabajo ya estaba hecho.

La primera vez que Tania asesinó tenia 16 años.

En aquel tiempo visitaba con frecuencia un parque que estaba dentro de una zona donde solo vivían profesionales de las fuerzas armadas del país. Los militares tienden a ser muy crueles con sus hijos y el coronel que tenia su casa justo al frente de allí, realmente sobrepasaba los límites.

Acostumbraba golpear a su hijo y golpear a su perro, siempre impulsado por la más mínima tontería. Tania permaneció pasiva por todo un año observando continuamente el acto, que según sus valores, era una injusticia, hasta que consideró que fue suficiente.

Desde entonces visitaba el parque diariamente por una única razón, espiar al coronel, memorizar sus pasos y rutina, para así identificar el momento ideal de apagar, a juicio de Taina, el desperdicio de existencia que ameritaba para el mundo aquel maltratador.

Después que llegaba de observar al militar, se disponía a afilar un cuchillo que había robado de la cocina y al que tejió con cuero un forro al mango con el objetivo de que adquiriera un estilo más interesante.

Igualmente apartaba tiempo para asistir a la biblioteca de la ciudad, donde consultaba libros de medicina para aprender sobre anatomía, heridas, hemorragias y los eventos que anticipan la muerte.

Antes de dormir practicaba sus movimientos con el cuchillo. Y cierta vez le pidió a su padre que comprara costillas de cerdo, con la oculta razón de tener la oportunidad de conocer la sensación que tendría su mano al atravesar con el cuchillo los músculos y que tan fuerte eran los huesos. 

Una noche, después de sentirse capacitada, abordó al coronel cuando este bajaba de su vehículo luego de estacionar fuera de su casa.

Simplemente se abalanzó sobre él, clavó el cuchillo en el costado izquierdo del hombre y lo movió hacia atrás. Su objetivo era lastimar el corazón y originar una hemorragia tan severa que seria imposible que salvaran su vida.

El coronel gritó de forma desgarradora por el dolor que sentía y cuando trato de empujar a su atacante esta de inmediato extrajo el cuchillo y se agachó esquivando el ataque. Luego se puso de pie nuevamente y caminó en reversa alejándose del agonizante hombre, quien no vivió más allá de cuatro segundos luego del hecho.

El grito llamó la atención de los vecinos, por lo que Tania no tuvo mas opción que escapar corriendo y no se detuvo hasta  llegar a su casa. 

Le gustó, más allá del miedo de ser descubierta, sintió placer.


Cuando cumplió 18 años encontró trabajo y se marchó de la casa de sus padres. Se desempeñaba como asistente de repostería. Ayudaba a los chefs a producir los más hermosos y deliciosos postres.

Vivía en un barrio pobre e inseguro, todos los días debía recorrer una considerable distancia en bus en su camino de ida y regreso del trabajo.

En aquellos viajes solía montarse a pedir limosnas un hombre joven que con una muy dramática puesta teatral afirmaba ser mudo y estar condenado de por vida a usar una sonda urinaria, por lo que no podía trabajar y debía recibir ayuda económica.

Un domingo que Tania regresaba de realizar la compra se cruzó con el joven riendo y charlando con otros chicos fuera de un bar, no parecía estar usando la sonda unida a la bolsa que llevaba en los autobuses y eso la hizo encolerizar. Con el correr de los días se fue sintiendo más irritada cada vez que aquel estafador subía al transporte que ella usaba.

Meses después de estudiarlo detenidamente lo abordó en una vereda solitaria que el joven acostumbraba recorrer para llegar a su casa. 

Tania se recostó a una de las paredes y tomó una pose que pareciera simpática para cualquier hombre.

-Hola- le dijo él.

-¿Tienes prisa?- le preguntó Tania con una sonrisa.

-Para nada, ¿Y tú? Jamás te había visto, hermosa-

-Yo sí, desde hace tiempo te conozco- le respondió Tania acercándose a él.

-¿Ah sí?- el chico sonreía de lado y sus ojos tomaron una expresión soñadora.

-Tanto te conozco que te estaba esperando, sabia que ibas a pasar por aquí justo a esta hora- Tania posó sus brazos sobre el pecho del chico. Este la abrazó de vuelta.

-Aquí me tienes, mi amor- le respondió acercándole su miembro erecto al sexo de Tania. Ella río con ganas.

-¿No quieres saber de donde te conozco?-

-Si tú me lo quieres decir, pero lo que realmente quiero saber es el sabor de tu boca- Tania lo empujó poco a poco hacia la pared y bajo su mano para acariciar la erección del chico.

-He investigado, y esta es la mejor manera de convertir tus mentiras en verdad-

Cuando apenas comprendía que era imposible que un fracasado como él tuviera tanta suerte, Tania estaba clavando el cuchillo sobre su miembro, seleccionándolo en dos.

La empujó con todas sus fuerzas mientras emitió un grito ahogado y salio huyendo del lado de aquella chica que parecía la aparición del mismo demonio.

Tania se levantó y emprendió camino de regreso a su casa pensando: "lastima no me dio tiempo de dejarlo mudo".

A los 20 años decidió dejar su trabajo, emprender su propio negocio y perseguir sus más profundos sueños.

Cuando cumplió los 30 su apartamento era mucho más cómodo y sofisticado, en una mejor zona de la ciudad.

Tania se dedicaba a fabricar sabrosos y múltiples postres que vendía a varias tiendas, cafés, bares, fiestas... en fin, a quien lo solicitara.

Conocía a muchas personas y  se comportaba como una mujer jovial. Cantaba y tocaba el piano en la iglesia, tomaba clases de esgrima, defensa personal, tiros al plato y yoga. Su más grande negocio y fuente de ingreso: asesinatos por encargo. Ocupación que nadie adivinaría, pues, no poseía pertenencias ostentosas y era descrita como "la chica más dulce del mundo".

Seguía sus propios códigos: no asesinaba niños, aceptaba el trabajo solo sí el contratista tenia una buena razón (esta buena razón era juzgada por Tania) para ordenar la muerte, y el costo estaba sujeto a ser mayor si deseaba que el occiso padeciera angustia y dolor.

Para aliviar su soledad y deseo sexual Tania viajaba lejos de su comunidad y visitaba bares donde terminaba conociendo algún hombre con el que pasaba la noche. No tenía novio formal desde que estuvo en la escuela, nadie seria capaz de comprender su vocación y ella no podría ocultarse a alguien que se involucrara tanto en su vida.

En uno de esos bares conoció a Silvia.

Silvia era una chica de piel negra, que usaba un corte afro y servía los tragos en las mesas.

-Hola preciosa ¿Qué te sirvo?- le dijo a Tania cuando se vieron por primera vez.

-Una orden de Tequila- le respondió esta indiferente.

-¡Vaya! Queremos emborracharnos hoy- agregó la chica sonriendo y guiñándole el ojo.

Al poco rato de estar Tania consumiendo su licor y cruzando miradas con un hombre fornido, de chaqueta marrón y piel blanca que llevaba una abundante y bien cuidada barba, volvió Silvia a acercarse.

-¿En serio te gusta él? Yo esperaba llevarte a casa- Tania quedó perpleja ante el comentario y se fijó en la chica que dándole la espalda ya se alejaba de ella. La barba de aquel hombre cosquilleo el cuello, abdomen y zona medial de los muslos de Tania aquella noche.

Volvió a ese bar muchas más veces, no lo podía explicar pero allí parecían estar los hombres más guapos y fáciles de la ciudad.

Por su parte Silvia no se rendía y continuamente mencionaba a Tania lo feliz que estaba de verla, lo hermosa que se veía esa noche y lo feos que eran los chicos en los que se fijaba.

-¿Crees que si yo fuera hombre te irías conmigo alguna noche?- le preguntó Silvia afincando su rostro a la palma de sus manos mientras sus codos sobre la mesa soportaban su peso.

-Nunca me has pedido que me vaya contigo- le respondió Tania.

-Buen punto- le reconoció Silvia mientras señalaba su rostro para luego marcharse.

Los trabajos que realizo no transcurren perfectamente todo el tiempo, he sido golpeada, me han rogado que no los mate, he estado a punto de ser descubierta, pero la ocasión que tuve más miedo de que las cosas escaparan de mi control fue la noche que me pisaron los pasos.

En el momento que dejaba caer el cadáver de un hombre por su propio peso fui vista por una vecina que gritó frenéticamente, era en un barrio de gente acomodada de la ciudad. Todos los vecinos se alertaron por el grito, alguien llamó a la policía y esta apareció casi de inmediato. No podía mimetizarme pues nadie me conocía, ni podía abordar un vehículo porque habían cerrado las calles.

Con el corazón a mil me escabullí entre los patios traseros, usé la oscuridad para esconderme y alcancé el borde del urbanismo que limitaba con un río de agua abundante, pero contaminada. No tuve más opción que echarme a nadar.

En mitad del río abandoné mi cuchillo y al salir de él la sudadera y el pantalón deportivo que me cubría. Quedé entonces en camiseta, pantalón vaquero y helada.

Esta nueva zona por la que andaba era mucho más sencilla e insegura porque la policía no acostumbraba visitarla y eso era bueno para mi.

Al doblar una esquina me tope con una chica con la que choque de bruces, obviamente me encontraba fuera de mí, mis sentidos estaban atentos al otro lado del río.

-Lo siento, no me fije...- me disculpé.

-¿Te encuentras bien?- me preguntó la chica. Cuando voltee a ver se trataba de Silvia. 

-Si- respondí.

-Estas empapada y helada- acotó luego de tocarme el antebrazo. Y mi cabello chorreando agua.

-Sí- dije nuevamente.

-¿Qué haces por aquí?- le pregunté.

-Voy a mi casa, acabo de salir del trabajo-

Me contó con tono alegre, como era común en ella. Yo por mi parte siempre que mostraba mi verdadero carácter este era introvertido y gris, muy adecuado al aspecto que en ese momento poseía y todo lo que ella conocía de mi. Comencé a sentirme en casa, en familia, en confianza, justo lo que necesitaba.

-¿Puedo quedarme contigo?- le dije. Su rostro se iluminó.

-¡Claro! Pensé que nunca lo pedirías, es por aquí-

Caminamos cuadra y media hasta un feo edificio de apartamentos que olía a tiempo, polvo y cucarachas. En el primer piso entramos. Allí todo cambiaba, eran simple, pero bonito.

-¿Vives sola?-

-Sí, solía estar casada, pero ahora le gustan las rubias- me contó mientras encendía las luces.

Luego de colgar su bolso volteó a verme cruzando los brazos sobre su pecho y tocando con la mano derecha su barbilla con pose pensativa y evaluadora.

-Un baño de agua caliente y ropa limpia y seca- fue su dictamen.

-Sí, por favor- le respondí y para adornar la escena acompañó mi respuesta un estornudo espontáneo. 

-Luego de eso una bebida caliente- agregó sonriente y me indicó que la siguiera.

Cuando salí del baño y me vestí me di cuenta que mi ropa ya no estaba.

-¿Y mi ropa?- le pregunté a Silvia al entrar en la cocina.

-Esta lavándose cariño- me respondió de espaldas. Yo me ruboricé.

-Sientate, ¿Quieres pasta?- me preguntó al voltearse.

-No, deben ser las dos de la mañana- respondí.

-Casi las tres y por lo tanto ¡hora de cenar!-

Me sirvió un té y ella comió pasta. Después de eso nos fuimos a dormir.

Me acosté sobre su cama, pues ella me llevó hasta su cuarto y luego de salir del baño me dijo que buscaría una almohada extra.

Al regresar a mi lado vestía una pijama casi transparente, yo lograba ver sus pezones. Inmediatamente en mi entrepierna algo saltó.

Ella se acostó junto a mi, de lado mirándome, yo la imité.

-Eres muy hermosa- me dijo.

-Nunca he estado con una chica- le confesé.

Silvia se acercó a mi y me besó, fue absolutamente exquisito.

Yo había adquirido hace tiempo el placer de mirarla cuando no se percataba. Su piel negra siempre brillante, sus brazos delgados, sus piernas largas, su cintura estrecha acompañada por su voluptuosa cadera y su redondo trasero. Esa mini falda que vestía continuamente y que dejaba ver en su muslo un tatuaje a color de un alíen junto a un lobo en el bosque. Había fantaseado con seguirla al interior del bar y arrancársela. Había soñado con despojarla de toda la ropa pequeña que acostumbraba usar y comerme a besos su cuello, sus senos, su miel. Y ahí estaba yo, paralizada ante los besos que recibía de la mujer mas sensual y atrayente que conocía.

Me atreví a abrazarla y ella pasó a besarme el cuello, motivándome a enterrar mi mano en su afro y rasguñar tenuemente la piel de la que nacía su cabello.

Se separó de mi cuello y volvió a mis labios, yo estaba profundamente excitada. Luego me despojó de la franela que me había prestado y beso mis senos, mordió mi abdomen y acomodó mi pierna derecha para masturbarse un poco a la par que me llenaba de besos.

Después me quitó el pantalón corto, se levantó de la cama y desvistió. Mientras lo hacia me dijo "ya no puedo más", entonces se sentó sobre mi, tomó mis manos y las llevó hasta sus senos. Los toqué y me gusto tanto hacerlo que apreté sus pezones y ella emitió un gemido y echo su cabeza atrás.

Sentía su humedad sobre la mía deslizándose en un vaivén. Era tan placentero como estar con un hombre, solo que el hecho de que fuera una mujer y esta mujer se viera como Silvia hacia que aumentara mi placer y mi razón se alejara aún más del mundo.

Cuando terminó yo quería más y al considerarme enterada en el desarrollo del sexo lésbico, seguidamente tomé el control.

Estuvimos haciéndolo hasta el amanecer y me dormí en su pecho.

Es diferente despertar junto a una persona con la que solo tuviste sexo, que con la dueña de tu amor. Tania lo supo apenas abrió los ojos el día siguiente.

Se descubrió abrazando a Silvia, por la espalda. Decidió entonces alejarse de ella, luego se acostó boca arriba y como no le pareció diferente a estar abrazándola se dio la vuelta dándole finalmente la espalda.

Para su sorpresa Silvia despertó un momento después y la buscó con sus brazos intercambiando finalmente la posición anterior. Podía sentir los senos de Silvia pegados a su espalda.

Tania se dio vuelta nuevamente y la morena le dijo:

-Buenos días- y la besó.

-No quiero levantarme jamás si te tengo aquí a mi lado- agregó abrazándola más estrechamente. 

¿Acaso Silvia la quería tanto como la estaba queriendo ella? Tania se atrevió a besarla mucho más.

Durmieron hasta las dos de la tarde y pasaron una maravillosa tarde-noche juntas. Cocinaron, hablaron de sus infancias y vieron una película. Tania quería volverla a ver en aquellos términos, estaba considerando hacer a Silvia su novia.

Se despidieron cuando la morena partió al trabajo.

-¿Me llamarás?- le preguntó Silvia con dulzura luego de introducir su número de teléfono en el bolsillo del pantalón de Tania.

-Claro que sí, y si llego a perderlo basta con venir a visitarte- le respondió con sonrisa de enamorada, esa que más que sonrisa parece una mueca entre la alegría y la picardía.

De camino a casa Tania pensó que estar con Silvia implicaba abandonar su amado oficio, pero eso no le importaba. Había matado suficiente personas, había ahorrado suficiente dinero, tenia un negocio estable y ajustado a la ley que mantendría sus ahorros intactos. Añadiendo lo que había pasado la noche anterior quizás era un aviso de que era hora de dejarlo, parecía que alguien trataba de darle ese mensaje "es hora de retirarse y tener una familia" .

Al estar casi en la puerta de su hogar sonrió imaginándola en su casa, seguramente le parecería lujosa y le preguntaría a que se dedica y Tania sin preocupación podría contarle que hornea postres y gana bien.

Estaba tan distraída que cuando abrió la puerta no vio al hombre que la apuntó con un arma. Al cerrarla recibió de bruces un disparo en el pecho, que fue inaudible para los vecinos pues el cañón tenia silenciador.

Cayó de rodillas tosiendo sangre a la par que sintió dificultad para respirar que fue avanzando progresivamente.

Levantó la vista y vislumbró a su atacante, no parecía un asesino profesional, solo un hombre enfadado, aunque su porte era de policía.

Escupió más sangre en su hermoso piso de mármol blanco y luego se sentó a un lado, recostando su espalda sobre el muro que separaba la sala de la cocina. El hombre se acercó a ella y colocó el cañón del arma sobre su frente.

Aunque Tania sentía que su segundo pulmón se inundaban de sangre le preguntó a aquel hombre:

-¿Por qué?-

-La mujer que mataste hace un mes, era mi hermana- le respondió este con voz entrecortada.

-Lo entiendo- le contestó Tania, posteriormente él jaló el gatillo.