“Ya estoy fuera de tu casa”
Al leer el mensaje me sentí
nerviosa, ¿me abría vestido bien?, ¿mi cabello permanecería el resto de la noche como lo arregle?, ¿seguro que no tendría algo entre los dientes? Y las más
angustiantes preguntas: ¿era una cita?, ¿y si no lo era?, ¿y si me decía que
definitivamente no le gustaban las chicas?....
Finalmente resolví por dirigirme a
su encuentro. Cuando baje las escaleras y pase por la sala donde mis padres
estaban todas las noches, mi madre me dijo:
-¿A dónde vas mi niña?-
-Saldré un rato-
-¿Tienes una cita?-
-No… ¿Por qué? ¡¿Luzco como para una
cita?!- le pregunte nerviosamente, ella sonrió de manera comprensiva y me dijo:
-Te ves hermosa- eso no me
respondía la pregunta, pero obviamente no me iba a cambiar ya, así que seguí mi
camino.
-¡No llegues tarde!- escuche que
dijo la voz de mi papá.
Cruce el jardín con ganas de correr
en dirección contraria y a la inversa, era un sentimiento extraño. Abrí la
puerta al exterior, y al mirar hacia la calle allí estaba ella, esperándome,
recostada a su camioneta junto a la puerta del copiloto. Llevaba sus hermosos
rizos pelirrojos sueltos, rebeldes y hermosos. Vestía una chaqueta de cuero
negra, bajo ella una blusa holgada, botines y blue jeans, se veía súper sexi. Sobre
todo porque todo aquello lo acompañaba su sonrisa tímida.
Yo me acerque y ella me dio un beso
en la mejilla. Luego me dijo:
-Estas preciosa- yo sentí mi cara
caliente inmediatamente.
-Tú también- le respondí en voz
baja, ella me sonrió y abrió la puerta de su carro para que yo entrara.
Cuando se montó y encendió el motor
me pregunto:
-¿Tienes hambre?-
-¿Tú tienes?- le pregunte yo, y ella me dijo:
-Te llevare a un lugar sencillo
pero agradable, me gusta mucho-
Luego encendió la radio y coloco
música de Norah Jones, yo inmediatamente recordé a Mariana y lo que opinaba
sobre la cantante, pero no quería pensar en ella ahora, así que la saque de mi
mente y me concentre en mirar las calles. Seguidamente note que tomamos la
dirección que conducía a la playa.
Cuando las luces de la ciudad
fueron quedando atrás, observe como el cielo estaba despejado y lleno de
estrellas, era una hermosa noche. Isabel y yo no cruzamos palabra durante todo
el viaje y sin embargo fue agradable, me relaje y me sentí en paz.
Luego de un rato llegamos a Punta Hermosa,
un elegante malecón con estilo gregoriano y hermosos jardines donde dejaban a
las plantas crecer y lucir su estilo natural. Ese día había pocas personas a
pesar de que todos los restaurantes estaban abiertos.
Isabel se estaciono en el
aparcamiento y luego de bajar del carro, caminamos por el malecón hasta el
restaurante más pequeño, más sencillo y más lejano.
-¿Te gusta el lugar?- me preguntó
cuando ya casi llegábamos.
-Se ve acogedor- le respondí, y era cierto, me
hacia recordar ese sentimiento de bienestar que te transmite un personaje en
una de esas películas, donde después de pasar por una dificultad tremenda,
regresa a casa.
Era un restaurante rectangular y pequeño,
construido con madera barnizada y techo piramidal cubierto de hojas de palma.
También tenía luces blancas (de las que usan en navidad) bordeando los pilares
que sostenían la estructura. Calcule que contaba aproximadamente con 20 mesas,
de las cuales, unas 6 se encontraban ocupadas, además, al llegar dentro, se
escuchaba bossa nova a un volumen audible y apropiado.
La cocina estaba en el centro del
lugar, podía verse lo que ocurría dentro. Allí se encontraban trabajando dos
mujeres morenas y jóvenes acompañadas por una señora regordeta, que llevaba
falda, moño y parecía dirigirlas. Mientras una chica de aproximadamente 15 años atendía las mesas.
-¡Isabel!- dijo alegremente la
chica que atendía las mesas y se apresuro a abrazarla, yo me sorprendí un poco,
y me sorprendí aun más cuando las mujeres de la cocina voltearon y saludaron
igual de alegres a mi diosa pelirroja. Incluso la señora regordeta se acercó.
-¡Mi niña! ¡Isabel mi niña bella!-
decía mientras la abrazaba y la miraba con ojos maternales. Luego volteo a
verme y de nuevo se emociono.
-¡Trajiste a la chica! ¡A la
doctora!- entonces me abrazó y yo me sentí agradecida del amor que desbordaba
aquella mujer. Además me sentí feliz porque ¿Quizás Isabel les había hablado de
mí?
-No me pongas en evidencia Evita-
le dijo sonriendo y apenada. Pero ella la ignoro, y se alejo de nosotras un
poco y nos miro de arriba abajo con ojo evaluador.
-¡¿Pero mira nada más?! ¡Las dos
son hermosas! ¿Verdad que son hermosas Clarita?- se dirigió alegremente a la
chica que atendía las mesas.
-¡Si muy hermosas!- respondió ella sonriendo.
-¡¿Verdad que son hermosas estas
chicas?!- dijo esta vez dirigiéndose a las jóvenes de la cocina quienes rieron
y respondieron “¡si muy hermosas doña Evita!” todas se veían tan alegres que no
tuve más opción que dejarme contagiar.
-¡Ya no les quito tiempo! ¡Vengan!
¡Vengan por aquí a esta mesa especial!- entonces nos condujo a una mesa cercana
a la playa, en un espacio que aportaba privacidad.
-¿Qué les traigo?- nos dijo
mientras enlazaba sus pequeñas manos sobre su abdomen.
-¿Quieres probar mi favorito?- me
pregunto Isabel mirándome a los ojos.
-Me encantaría- le respondí yo y
sonreí. Entonces Evita y Clarita se fueron dejándonos solas.
Cuando nos sentamos Isabel se
acercó y me dijo:
-Es sencillo, puedes pensar que
quizás sea infantil, pero me gusta y me gustaría que lo probaras-
-Tranquila, quiero probarlo-
-Está bien- me dijo. -¿Si te gusta
el lugar?-
-Sí, ¡me encanta! ¿Siempre vienes
aquí? Todas parecen tenerte mucho cariño-
-Si- entonces se quedo pensativa y
tomo una mirada un poco triste.
-¿Qué pasa?- le pregunte
preocupada.
-Es un poco patético-
-¿Qué cosa?-
-Llegue aquí un día que no podía
más… Fue una casualidad, fueron tan amables conmigo que sigo viniendo para
obtener algo de cariño-
-Eso no es patético- le dije y le
tome delicadamente la mano. Ella me sonrió y correspondió a mi caricia,
entonces me atreví a preguntar:
-¿Les hablaste de mí?- ella sonrió
con timidez.
-Solo un poco-
-Un poquito- le dije yo a manera de
broma fingiendo que tenía algo pequeño entre mis dedos.
-Ellas me entienden, me escuchan y
me aconsejan. Son como una tía y primas a las que voy a visitar-
-¿Y qué te aconsejaron en mi caso?-
-Qué te invitara a salir- me dijo
sonriendo.
-Entonces me alegro- le respondí.
En ese momento llego Clarita con una
bandeja y nos sirvió un plato que tenia sándwich pequeños y cortados en
triángulos, además de un bol de guacamole con unas tostadas circulares de color
blanco. Detrás de ella venia Evita con otra bandeja que portaba dos vasos parecidos
a copas que estaban adornados con rodajas de limón y que contenían un liquido frió y verde claro.
-¡Espero disfruten de la comida y
la velada!- nos dijo alegremente Evita estirando los brazos. Luego se marcharon
dejándonos solas de nuevo.
-¿Qué es?- le pregunte a Isabel con
curiosidad.
-Debes probarlo- me dijo ella,
luego tomo uno de los pequeños sándwich y me lo dio en la boca. Yo lo saboreé y
me aventure a decir:
-¿Cangrejo?-
-¡Exacto! ¡Tienes talento!- me
felicito.
-¿Y esto otro?- le dije señalando
las tostadas pequeñas y circulares.
-Las hacen con raíces-
-¿En serio?- le pregunte extrañada.
Ella tomo una de las tostadas, le coloco guacamole y también me lo dio a
probar. Sinceramente no sentía otro sabor diferente al guacamole, pero lo
crujiente de aquella peculiar tostadita hecha con raíces era el acompañante
ideal.
-Ahora prueba la bebida- me dijo
Isabel mientras tomaba uno de los pequeños sándwich para comer. Yo pensé que sería
jugo de limón, pero no, era un licor refrescante que ligeramente sabia a limón.
-No lo conozco-
-¿Te gusta?-
-Sí, creo que si- entonces volví a
tomar.
-¿Es muy fuerte?- le pregunte
preocupada y ella rió.
-Solo es para cenar- me dijo.
Puedo decir que se cumplió el deseo
de Evita, la comida me gusto y la velada fue muy agradable. Isabel me hablo
sobre el licor que tomamos, era de origen Italiano y efectivamente tenía algo
de limón.
También me hablo sobre aquel grupo
de mujeres que atendían el restaurante, eran familia, todas hijas de Doña Eva por crianza, pues
ella nunca pudo concebir. Su esposo había fallecido muchos años atrás, fue un
hombre que siempre se dedico a la pesca comercial. Al quedarse Eva viuda, vendió
todos los implementos de pesca de su esposo y lucho por montar aquel
restaurante. Luego, poco a poco llegaron sus hijas "que se las fue trayendo el mar”, como ella solía
contar. Pensé que tal vez Isabel podría también ser una de esas hijas. Ella
llevaba 4 años visitando aquel lugar al menos dos veces por semana.
Al terminar de cenar nos despedimos
de aquella familia entre abrazos y sonrisas, luego nos fuimos a caminar por el malecón.
Isabel me tomo de la mano, y yo me sentí dichosa.
-Quería hablarte sobre porque me
cuesta contestar si me gustan las chicas- me dijo y mi estomago se encogió, seguía
teniendo miedo de que me dijera que jamás estaría con una chica, más aún, después
de lo que acabábamos de compartir. Desde que la vi fuera de mi casa quería besarla.
-Está bien- le dije lo más
tranquila que puede.
-Mis padres odian a los
homosexuales. Si los escucharas hablar de ello te sentirías enferma- al decir
eso note que de verdad le daba asco aquella particularidad de su familia.
-Cuando el ministerio de salud ordeno
que todos los médicos se educaran para aprender a tratar a sus pacientes
homosexuales y transgéneros ellos aborrecieron aquello y armaron un escándalo, tienen
poder dentro de la comunidad médica. Son respetados y admirados por muchos, sabían
que su reacción influiría en los demás y a pesar de eso lo hicieron, o mejor
dicho, sabiendo eso pensaron en hacerlo, sin importarles el daño que pudieran
causar. Solo pensando en sí mismos y en su visión de la sociedad. Yo los detesté completamente, sentía que la naturaleza me había hecho homosexual solo
para darles una lección y eso me pone triste, se que nunca me aceptaran-
Yo no supe que decirle, ¿Cómo podría
animarla?, si sus padres eran tal como los describía ella tenía razón, así que
solo le tome con mayor firmeza su mano.
-Me alegro por ti, tienes mucha
suerte de tener los padres que tienes. Por eso eres así, estable y encantadora- al decirme esto volteo
a verme y yo le respondí.
-Tú también eres estable y
encantadora- y la empuje un poco y me dirigí hasta la baranda del malecón que
daba a la playa. Ella me siguió y se paro junto a mí. Luego nos quedamos viendo
el mar unos momentos en silencio. Únicamente se podía distinguir lo que alumbraba las
luces del malecón, de resto solo se percibía una oscuridad infinita que
iba hasta quien sabe dónde, más aun al ser una noche sin luna, solo con
pequeñas estrellas iluminando tenuemente el cielo.
-Da un poco de miedo ¿Verdad?- me
dijo.
-Si- le respondí y me estremecí
porque me dio uno de esos escalofríos que los supersticiosos asocian con la
presencia de almas perdidas.
-¿Tienes frió?- me pregunto Isabel
al darse cuenta de mi estremecimiento, entonces me toco mi mano izquierda, que
era la contraria a la que me había tomado cuando caminábamos hasta allí.
-Tienes las manos frías- comento.
-Solamente esa porque no me la
tomaste- le dije.
Ella intentaba calentarla con sus
propias manos y yo la miraba al rostro. Cuando subió su mirada note que se
detuvo en mis labios un momento y luego siguió hasta mis ojos, al darse cuenta
que yo la estaba mirando sus mejillas se enrojecieron, pero ella permaneció serena
y acerco sus labios a los míos y me beso.
Nos besamos, porque yo le correspondí.
Sus labios eran suaves y sus besos dulces. Me hacían recordar a esos momentos
cuando tienes poca sed y tomas agua mineral, y esa agua no está
ni fría ni caliente, si no en el punto exacto. No sé por qué, pero lo asocie a
eso y me gusto. Mi mano izquierda seguía entre sus manos, pero poco a poco nos
saltamos y me abrazo por la cintura y yo la abrace por la espalda mientras nos seguíamos
besando.
En un momento detuvo el beso, pero
sus labios siguieron junto a los míos y me dijo:
-Me gustas mucho Ana- y nos
seguimos besando.
Un momento después volvió a detener
el beso, pero esta vez se alejo un poco más y me miro a los ojos.
-Quiero ser tu novia- yo reí un
poco y ella me pregunto.
-¿Lo dije mal?-
-Yo también quiero ser tu novia- le
dije y la volví a besar.
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